Existimos para cohabitar

La vida es un permanente sumatorio de latidos armónicos, que requieren de un hermanamiento inagotable; de ahí, la necesidad de conjugar la amistad entre los pueblos y de activar los vínculos de la concordia entre sí. La rivalidad no tiene sentido, como tampoco lo tiene la desunión, el individualismo y la indiferencia, que genera aislamiento y mil formas excluyentes. La realidad es la que es y nos llama a cohabitar auténticamente. En este sentido, estoy severamente impactado por la migración. Hoy son ellos, pero mañana podríamos ser cualquiera de nosotros.


Es público y notorio que nos necesitamos mutuamente unos a otros para complementarnos y generar sueños conjuntos. Hagámonos los itinerarios más fáciles, rompiendo el silencio de la soledad y compartiendo las propias lágrimas del camino. Optemos por la vía de lo auténtico, elijamos el abrazo continuo y reconstruyamos entre todos el camino de la verdad, que es el que nos dona un vivir que nos ensancha el corazón y nos ilumina el alma. Con razón suele decirse, que el secreto de la presencia por la tierra no consiste únicamente en vivir, sino en saber para qué se vive y cómo debe hacerse.


Estamos llamados, por consiguiente, a entendernos. Precisamente, son las relaciones humanas las que nos permiten avanzar en los proyectos, para crear un mundo mejor para todos. En este sentido, nos alegra que, en casi todos los discursos públicos, a nivel de naciones o de organismos mundiales, se hable continuamente de acercar posturas, de buscar soluciones razonables a los conflictos, de acuerdo con la justicia. Ciertamente, la cultura del abrazo se ha convertido en un culto que tranquiliza o quiere seducir.

Existimos para cohabitar

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