Seguro que estos últimos días ustedes ya lo han ido notando. Es llegar el calorcito y ya empiezan a asomar y no, no me refiero a las flores o al polen, sino a los turistas.
Como decían en la película de Poltergeist: “Ya están aquí”.
Desde hace escasos 5 años el boom del turismo vacacional en Galicia ha crecido a niveles exponenciales. Si se fijan, el número de hoteles se ha ido manteniendo constante, sin embargo, la creación de viviendas destinadas al alquiler turístico, solo en el último año, ha crecido un 16, 5%.
De modo que aquellos que tenían varias viviendas en propiedad, originariamente destinadas a alquiler, ahora han decidido destinarlas al sector turístico. Para ellos, todo ventajas. Sin embargo, para el resto de vecinos, es un auténtico suplicio.
En los últimos años, a consecuencia de la afloración de este tipo de viviendas, se han ido implantando una serie de medidas que, bajo mi humilde opinión, no tienen un efecto disuasorio sino que tienen un efecto garantista, consistente en evitar defraudaciones y posibles quejas del resto de vecinos.
En el origen de los tiempos, cuando casi nadie conocía la plataforma Airbnb, cuando un particular decidía alquilar su piso durante los meses de la temporada de verano, se pactaban los días, se pedían datos personales, se pagaba generalmente en mano al llegar o al salir del piso y listo. ¿Qué ocurría? Que el 90% de esas ganancias no eran declaradas, una especie de extra de verano. ¿Cuál fue la primera medida? Que los anuncios en este tipo de webs se regulasen, por lo que se creó el registro de viviendas turísticas y pagos mediante transferencia.
En cuanto al segundo problema, la convivencia con el resto de vecinos, la solución viene de la mano de la modificación de la Ley de Arrendamientos Urbanos (LAU) que ha entrado en vigor en abril de este año, de modo que si deseas dar de alta un inmueble como vivienda turística, el artículo 12 de la LAU requiere que sea aprobado por junta de propietarios habiéndose obtenido mayoría de 3/5, siendo necesario adjuntar en la solicitud de alta en el registro de viviendas turísticas, el documento que acredite estar autorizado por la comunidad.
De igual modo, desde hace unos años dos Comunidades Autónomas han implantado la llamada tasa turística, aplicable actualmente en Cataluña y Baleares. Por lo que el turista que desee pernoctar en dichas regiones debe abonar una tasa, adicional, al precio del alojamiento. Bien es cierto que dichas tasas no dejan de ser simbólicas; sin embargo, ya el año pasado la Xunta ya planteaba la opción de exigirla para Santiago, en relación al turismo derivado del Camino y, si me permiten, jugando a ser futuróloga, estoy convencida que esta tasa se acabará implantando en todo el país, ya que en Europa, que es nuestro equivalente al primo de Zumosol, ya lleva años implantada, en concreto en 20 países y 137 ciudades.
Vaya por delante que yo soy la primera que actúa de forma totalmente incongruente con el turismo. En verano me quejo porque mi pueblo se llena de turistas y se hace prácticamente imposible moverse con normalidad, pero a la vez soy la misma que se va de veraneo a otros municipios de España. Incongruencia en estado puro, ya les digo. Pero es que los turistas somos molestos por naturaleza, y no me entiendan mal. No me refiero a sucios o ruidosos, que esos no es que sean molestos, es que son incívicos, sino que somos molestos porque somos preguntones, curiosos y nos llama la atención todo aquello que se sale de nuestra zona de confort. Les pongo un ejemplo: cuando algún veraneante de una gran ciudad graba, saca fotos y se muestra fascinado ante una vaca o con el “conxuro da queimada”, los autóctonos nos sonreímos, como cómplices, igual que cuando vemos a los niños con su ilusión ante la magia de los Reyes Magos. Y sin embargo, una servidora se sorprende a sí misma de viaje en Lanzarote sacándole fotos a restos de piedras y cenizas negras al subir al Timanfaya. Fascinación para unos, cotidianidad para otros, pero siempre dentro de los términos del civismo y la educación, los cuales parece que últimamente difieren bastante porque donde acaba tu derecho, empieza el mío.