Lo que más me gusta de la lectura, desde siempre, es la capacidad de abstraerme de todo lo que sucede alrededor. Como el ruido llega cada vez más fuerte, sin distinciones, desde el extremo derecho de la derecha, desde el extremo izquierdo de la izquierda, me siento en cualquier lado con un libro en las manos. Estoy releyendo El hereje, de Miguel Delibes. En unos días, en tertulia literaria, nuestra conversación girará en torno a la que fue la última novela del ilustre autor vallisoletano.
Me quedo hasta tarde leyendo. No, no sé nada, nada más de esa violencia callejera e institucional ¿inimaginable, intolerable, imperdonable, inamnistiable?, hasta que de mi ensimismamiento me arranca el teléfono con un mensaje, preocupado, de mi amiga Mónica. Sabe que presento un libro en Madrid, sabe que yo no sé que la librería que acoge el evento está a dos manzanas de la calle Ferraz. Le contesto con un beso, un no te preocupes, un todo irá bien. Luego vuelvo a El Hereje, a su personal canto a la libertad de las conciencias, a la tolerancia como norma de vida. Con la mirada nada complaciente de Delibes, pero muy lúcida sobre el alma humana, me sumerjo en unas páginas donde “el pueblo libra sus instintos salvajes, el miedo transforma la fraternidad en delación, los eclesiásticos mandan al disidente a la hoguera, y los poderosos no tienen misericordia”.
¿Será que todo se ha contado antes? ¿No estarán todas las respuestas a los pequeños y grandes conflictos en toda la literatura contenidas?
Con cierta melancolía, he leído, que recibió Miguel Delibes el Premio Cervantes en 1994. Luis Mateo Díez lo recibe este 2023. Resplandeciente, el escritor leonés, aprovechó la ocasión para desvelar que «la edad es una mentira, la vida es incómoda y la felicidad no existe». Tengo pendiente visitar Celama, su territorio imaginario. No llegaré tarde, a la literatura sólo puede llegarse a tiempo.
Con tiempo preparo cuatro mudas; en mi maleta No queda nadie, un libro excepcional de Brais Lamela: “El trauma del destierro no es el olvido, sino la memoria; todas las cosas que antes eran intangibles y ahora adquieren peso, superficie, poso”.
Voy a dar un paseo bordeando la costa antes de emprender viaje. Hubo un tiempo en que siempre estaba preparada para irme, para llegar, regresar en cualquier momento, no volver. Ahora me cuesta alejarme del mar, acercarme al ruido. Vivo mirando un faro; los faros están en esa frontera entre civilización y naturaleza. Ahí, ahí es casa. Lejos del ruido.