Enfermedades terminales

Estos últimos días las visitas al hospital fueron frecuentes para acompañar a un buen amigo que se encuentra viviendo unos difíciles momentos por su delicado estado de salud. Esta circunstancia me abrió un poco más los ojos a la realidad del sufrimiento, el dolor, el estrés, la ansiedad y la enfermedad de demasiadas personas.


Vivir, en segunda persona, la evolución de enfermedades terminales, provocadas por tumores convertidos en metástasis, me permitió filosofear y pensar sobre la fragilidad y la limitación del ser humano. Hay que reconocer la labor de esos facultativos, enfermeras, auxiliares de enfermería, celadores, limpiadoras y todo el personal sanitario de cualquier centro hospitalario que se implican en ayudar a las personas a las que ya no pueden curar pero sí aliviar, no dejándoles nunca abandonados aunque parezca que no se puede hacer nada por ellos. Recordar que nadie está libre de pasar por estas circunstancias.


Muchos de estos sanitarios saben que tienen la obligación de ofrecer una salida al sufrimiento que rebaja la vida del paciente a niveles intolerables y que, en algunos casos, les lleva a morir sin dignidad. Por otra parte hay algunos casos contrarios y así recuerdo que, hace unos días, llamando a emergencias sanitarias (061) para la atención de un enfermo terminal, me encuentro con una doctora que me recomienda “mejor que se quede en casa para esperar la muerte”. Ufff, por favor, una persona que no puede ingerir alimentos, ni sólidos ni líquidos, que tiene fuertes dolores constantes…, por favor. Al final requerimos la ambulancia para su traslado hospitalario y a que le paliasen el dolor y le alimentasen de manera parenteral.


Seguro que a mi amigo le llegará la muerte, más temprano que tarde, pero mientras tanto tiene el derecho a vivir con una mínima calidad de vida y no seguir padeciendo tanto dolor porque, actualmente, hay terapias y medios suficientes para paliarlo.

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