Elogio de la trampa

Como florecillas en primavera han brotado en estos días de invierno algunos tramposos de postín. El caso de Boris Johnson es insuperable. Que el presidente del Gobierno de un país serio haya participado en fiestas multitudinarias organizadas en el jardín de su vivienda oficial mientras marcaba estrictas medidas a sus conciudadanos para combatir la pandemia es intragable.

Pero que haya armado unas disculpas públicas basándose en que, inocente él, creía que aquellas citas eran encuentros de trabajo no tiene nombre. No sabemos si es peor que dirija los destinos de un país alguien que ordena lo que incumple o un individuo incapaz de distinguir un party de una reunión de trabajo, pero en este caso la alternativa es despreciable porque el inefable Boris lo tiene todo.

Tenemos también el caso de un deportista de élite como Novac Djokovik que pretende competir en Australia saltándose las reglas del juego con mentiras, las que aquel país ha establecido para el control de la pandemia.

Y más cerca, el de la Federación Española de Futbol que decidió en su día exportar la final de la Supercopa de España, que se ve que es de España, a Arabia Saudí y pretende ahora que traguemos que el gesto contribuirá a extender la libertad en un país sometido a un régimen autocrático que vulnera los derechos humanos.

Deberían saber sus dirigentes lo que intuye cualquier párvulo con dos dedos de frente: que cuando un país de esas características saca la chequera para importar estos eventos lo hace para blanquear su imagen internacional, no para evolucionar hacia la democracia por contagio.

Y por último tenemos la polémica sobre las macrogranjas suscitadas por unas declaraciones del ministro Alberto Garzón convenientemente manipuladas y explotadas políticamente por quienes, mientras pedían el cese inmediato del ministro, se han dedicado a hacer castings de vacas con las que fotografiarse y a borrar rastros en las redes en las que ellos mismos también manifestaron su oposición a este tipo de instalaciones.

Son los mismos que mientras proclaman la precariedad de la coalición que hoy sostiene el Gobierno de España han dinamitado ya dos gobiernos de coalición en la Comunidad de Madrid y en Castilla y León para alimentar sus propios intereses, saltándose a la torera el compromiso que asumieron con los ciudadanos en las urnas y con sus socios de gobierno, que se enteraron de la ruptura por la prensa o por las redes sociales.


Elogio de la trampa

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