Después de meses de inactividad por el incidente Tibia-Peroné a la funerala, me dejan ir al gimnasio. Así que he comenzado las actividades de forma un poco difusa. Hace tiempo que no hago ejercicio y tengo un metabolismo tipo palomita de maíz: a poco que me descuide, exploto como norteamericano que se alimenta de Cheetos con queso para aliñar la hamburguesa con doble de bacon para desayunar ligero. Como el otro día me dijeron que tengo un aire con la Castafiore (ojo, no me quejo, uno de mis personajes favoritos de los cómics con Ofelia, un indudable homenaje de Ibáñez a la diva de Hergé) decidí retomar el ejercicio pero siempre con moderación, que aún el tobillo parece abotillado y no quiero desmontar lo que el traumatólogo rehizo con tino de costurera. Así que me fui a la piscina y, claro, estaba cerrada por reformas. Yo con el bañador, el gorro y las gafas y mi gozo en un pozo. A tomar una caña, me dije. El destino está contra mí y contra mi rehab. No importa, es verano y siempre queda quemar calorías paseando por la playa. Lo que ocurre es que odio la arena y caminar por esa sabana inestable y movediza me da angustia vital. Todo son problemas, amigo lector. Fácilmente subsanables, eso sí. Pero son problemas cuando tu pie parece un botillo del Bierzo.
Los que tienen problemas serios estos días son los políticos que han falseado el currículum. Abrió la caja de los truenos nuestro aguerrido ministro de ferrocarriles y locomotoras. Y a partir de ahí llegó el cataclismo: no era una, eran muchos. Hay que pensar de forma muy seria por qué tantos políticos no terminan la carrera, aunque sea de pinta y colorea como la que hice yo, y encima se inventan que son doctores, catedráticos, que tienen dos másters y una invitación de Harvard para dar conferencias sobre agujeros negros, derecho internacional y física de partículas. Y al final alguno ni la EGB terminada. Mi madre de mayor se fue al nocturno para terminar los estudios mientras trabajaba, no es tan complicado, algo de constancia, mucha paciencia y ganas. Pero claro, como hasta que se destapó la caja de Pandora con poner en las webs de los partidos todas las medallas, condecoraciones, títulos y doctorandos llegaba, pues uno se relaja, se deja llevar, se inventa cosas y en vez de escribir un libro con las ideas, se dedica a hacer cosas de la política, cosas que necesitan mucha energía y tiempo por lo visto.
Un político ha intentado quitarse la vida. Esto es cosa seria. Han descubierto que falsificó un título para poder aprobar una plaza de funcionario. Me pregunto qué tipo de control tienen para alguna gente a la hora de aceptar sus titulaciones. Se supone que tienen que ir debidamente compulsadas. El pobre hombre se ha visto superado por los acontecimientos que inició un miembro del gobierno de su propio partido contra una miembro del partido rival que había falseado también. El efecto mariposa de los títulos inventados se podría decir. Hemos llegado a un momento en el que la honestidad en los que nos tienen que gobernar con transparencia no está ni se la espera. Votas a un partido y a su programa electoral y no cumplen ni un renglón. Unos se ríen a mandíbula batiente, otros piden dinero para montar un bar antifascista y se van de vacaciones, otros se quitan las gafas y las chicas aprietan los puños y fruncen el ceño como si pudiesen detener el tiempo y aprobar las carreras de sus compañeros con el poder de sus cejas arrugadas.
Y así estamos, amigo lector. Con políticos con menos títulos que el C de V y un tobillo que poco a poco va pareciendo menos botillo. Feliz verano, y feliz agosto, frío en el rostro, pese al clima cambiático que nos está dejando en Coruña unos días con sol. A disfrutar.