El desgarro cada vez más hondo, mas hiriente y sufriendo continuos sacudidas estalla al fin y se produce el chasquido final de ruptura. Hay dolor, mucho, pero hay también liberación.
La obscena escenificación de los esponsales de lo que hoy se proclama izquierda con el separatismo, con los herederos confesos, cómplices y blanqueadores de los asesinos etarras y con los sembradores de la memoria del odio, el rencor y la vesania entre los españoles, la rediviva extrema izquierda, parteada, bautizada y amparada por Zapatero y encumbrada por Sánchez, han acabado con el último gramo y la última gota de vínculo racional y emocional que me quedaba con ella. Y con ellos.
No me siento ya en absoluto concernido, ni parte suya. Ni a ellos, en absoluto, los puedo considerar portadores de los valores, principios y anhelos de aquello que un día me llevó a la militancia antifranquista, en el PCE eurocomunista (donde estuvimos los que estábamos y apenas nadie de siglas que hoy se la apropian) y a aquel hermoso y fructífero empeño por la Libertad, la Reconciliación y la Democracia, que trajo hermandad, convivencia y concordia a los españoles.
Abrazo y acuerdo por encima de partidismos e ideologías que fue presente y futuro hasta que estos llegaron y comenzaron su demolición y voladura para concluir en la destrucción que ahora ya exhiben como objetivo.
No tengo ya nada que ver ni que me una ni siquiera en el recuerdo con quienes, primero desde la mentira primero y ahora, creyendo ya amortizados sus efectos, han traicionado a todo y a todos con el mayor y obsceno alarde de hacerlo con total desvergüenza. Borrando a las víctimas del terror de ETA tan recientes como ocultadas como un molesto estorbo, a las que insultan abrazados a quienes las señalaron como diana y convierten en héroes y “hombres de paz” a sus verdugos.
En connivencia con los separatistas que intentaron descuartizar la soberanía del pueblo español a los que no solo indultan sino ofrecen una Ley a la carta para que puedan repetir su golpe impunemente.
Y en alianza con un desatado delirio que pretende imponernos una dictadura de pensamiento único que nos prive de toda libertad de expresión y pensamiento y nos prive de todo derecho como individuos.
No tengo yo que borrar, ni tachar ni renunciar a nada. Estos nunca fueron de los “míos” ni yo he sido jamás de los “suyos”, de ninguna de sus “collas”. No soy yo quien se ha orinado y defecado en aquellos valores, aquellas ideas y aquellos principios.
No soy yo quien ha roto todos los compromisos y palabras. No soy yo el que ha dejado de ser sino ellos, si es que alguna vez fueron.
Pueden tener y gozar del poder, el triunfo, los agasajos, las medallas, los honores y el disfrute de todo lo que conlleva. Que con él se queden. No quiero ni aspiro a cosa alguna con ellos ni de ellos.
No soy nada, no tengo sigla ni partido. No lo tendré ya nunca. Soy un hombre solo, una persona, sin otra arma que su palabra, humilde, pequeña, sin sus altavoces, tampoco los quiero, pero mía y libre, que les dice de frente y a la cara, que me repugnan. Que solo siento hacia ellos desprecio.