Es absolutamente irrelevante, inútil, superfluo, preguntarse quién se impuso en el cruce parlamentario de Sánchez y Feijóo del martes en el Senado, si nos atenemos a la repercusión del evento en la opinión pública. Basta fijarse en las ridículas cifras de seguimiento, todavía más bajas que en el anterior “cara a cara”, cuando solo 267.000 lo siguieron por el canal 24 H de Radiotelevisión Española. Entre otras cosas, por la falta de novedades. Tanto el presidente del Gobierno como el líder del PP se limitaron a clavetear sus respectivos argumentarios. Sánchez, dale que te pego, con la carga social de su política fiscal y presupuestaria, ahora entregado a doblegar la curva de la inflación). Y Feijóo, dale que te pego, denunciando las amistades peligrosas de Sánchez y su alejamiento de la realidad de Sánchez. Sin embargo, flotó en el cansino debate la sensación de que en algo parecen rozar el acuerdo. Me refiero a la renovación del CGPJ y el Tribunal Constitucional. La fumata está más cerca del blanco que del negro, según dejaron entrever ambos. Sólo de pasada. Como si les diera vergüenza confesar que al menos en algo van de la mano.
De hecho, prácticamente todos los medios de comunicación pusieron el foco valorativo en el silencio sobre la marcha de las negociaciones. Y los analistas coincidieron en que por medio había un pacto no escrito para aparcar el asunto, no fuese que la bronca en público fuese a desbaratar el avance conseguido en privado.
No nos dejan otra salida razonada que la su invencible querencia por la confrontación. En este caso, con los papeles mejor repartidos que en el cruce anterior, el del pasado 6 de septiembre, donde el agresivo era el presidente, mientras el aspirante se hacía la víctima. Ahora Sánchez bajó el tono y fue Feijóo el que buscó la bronca.
La derivada de este planteamiento es el ninguneo del resto de las fuerzas políticas, que asistieron en calidad de comparsas al pulso dialéctico de los dos protagonistas. No me extraña que denuncien los males de un presunto revival del bipartidismo. Es muy difícil encontrar espacios referidos al resto de los intervinientes en las reseñas informativas.
Así que los temas centrales de la confrontación (política fiscal, PGE 23, lucha contra la inflación y la crisis energética) cursaron en la sesión como si solo el Gobierno y el PP tuvieran algo que decir.
En un plano de desigualdad, esa es otra. Al menos en lo tocante al desproporcionado reparto de los tiempos de intervención. Barra libre del presidente y tiempo muy limitado para quien personaliza la alternativa, aunque en esta ocasión, sí se gestionó con más tacto desde la presidencia de la Cámara, que ostenta el socialista Ander Gil.