Qué hacemos por nuestros hijos?, esa es la pregunta que se formula en Davos, para de inmediato pasar a hablar de los acuciantes problemas del planeta desde la óptica del poder económico y financiero, porque ese es su sentido de paternidad, esos sus hijos y ese el futuro que se les depara: gobernar a los nuestros desde la sombra de su poderosa fronda de intereses.Davos no es siquiera el afán de «cambiarlo todo para que nada cambie», que dice Lampedusa, sino el descaro de criminalizar el cambio y también la permanencia, para que todo gravite en el punto exacto de su conveniencia.
Y es así, no solo por su voluntad, sino por la extrema debilidad de las sociedades democráticas, atrapadas en una vacua ensoñación utópica al servicio de los partidos políticos, auténticos depredadores de nuestra realidad económica y social.
Entidades atentas a un único objetivo, no perder el poder, bajo, eso sí, premisas revolucionarias o reaccionarias capaces de desarmar a la sociedad civil en lo más sano de su identidad, la responsabilidad personal e intransferible que nos obliga a ser conscientes y consecuentes con nuestros actos, porque solo así Davos se difuminará en una realidad capaz de identificar y afrontar por sí sola, y en su conjunto, los problemas del planeta y la humanidad desde una inocencia y natural quehacer que nos pueda convertir en perfectos servidores de un planeta capaz de alimentarnos y cobijarnos siempre que seamos capaces de respetarnos.