Todo fluye, por lo tanto, nada permanece, dijo Heráclito. El que ocupó durante 4 años el cargo de Alto representante de la UE, el señor Josep Borrell, acaba de marcharse porque su tiempo en el expiró a finales del pasado noviembre. La razón de mencionarlo aquí no es para hablar de su trabajo, ni siquiera para criticar alguna declaración suya, sino de su radical cambio de mirada con respecto a UE. De pronto descubrió, ¡oh casualidad!, que el “jardín” europeo, como una vez él le llamó a Europa, ya no era el centro del mundo mundial. No nos cabe ninguna duda que durante el tiempo que permaneció en el puesto interpretó bien su papel. Un papel en el que ya nadie cree, ni siquiera los que ostentan periódicamente ese cargo. La irrelevancia europea en el mundo no comenzó ayer a la noche. La cosa no fue así. El verdadero punto de inflexión lo marcó la I Guerra Mundial. Al terminar la contienda Europa ya no era la misma. Desde entonces ya no levantó cabeza. El ocaso total de Europa llegaría en 1945. A partir de ahí su importancia en el mundo fue solo una ilusión. Muchos se estarán preguntando, ¿y lo de la UE qué? Fue otra ilusión. Muy bonita por cierto. La Unión de hoy, nos guste o no, no deja de ser un híbrido. Fue incapaz de construir un estado federal y, sin embargo, privó a los estados miembros de su soberanía nacional. Los políticos de los últimos años lo único que hicieron fue construir un aparato burocrático de dimensiones mastodónticas en aras de su propio beneficio y las élites corporativas. Hoy nuestras lumbreras en Bruselas no se dedican a luchar por la UE y sus gentes, sino que batallan para continuar manteniendo sus privilegios y mamandurrias, vendiéndonos humo para que sigamos creyendo.
Ocurre que el tiempo juega en contra. Cada día, mes o año perdido debilita más esta última posibilidad, por lo tanto, llegará el momento en que la alternativa no sea otra que la disolución de la Unión. Es curioso. El virus del Covi, además de acabar con miles de vidas humanas también acabó con la inocencia. El comportamiento egoísta de Bruselas durante la pandemia cambió para siempre la visión bucólica que teníamos del proyecto europeo. Se vivió demasiado tiempo creyendo en un relato de fantasía, mezclado con unos delirios de grandeza retorcidos, incluso enfermizos, a los cuales hay que añadir una falsa superioridad moral, quizá para ocultar las miserias de los períodos oscuros y terribles de nuestra historia reciente. Todo esto nos hace recodar la teoría de la “disonancia cognitiva” del psicólogo norteamericano, León Festinger, en la cual encajarían seguramente los que nos gobiernan desde la capital belga.
Menos mal que el señor Borrell reconoció que ya no somos lo que nos han dicho que éramos, ¡que de jardín nada! Por cierto, algunos se lo tomaron a chirigota llamándole “el jardinero”.
Nadie posee una bola de cristal para adivinar el futuro. Pero analistas serios creen que la UE perdió su gran oportunidad, de esas que aparecen una sola vez en la vida y que rara vez vuelven a repetirse. Y quizá sea cierto.