Hasta hace no mucho, en este país, si no te habían espiado el teléfono no eras nadie y, ahora, si no criticas, afeas, censuras o repruebas a Pablo Motos, es que no eres ni progresista, ni puedes firmar manifiestos progresistas, ni te van a llamar a ninguna manifestación.
La última en incorporarse al gremio de los que no quieren quedarse en el anonimato ha sido una actriz, que aparece en una serie de televisión, junto a ese gran actor, que es Javier Cámara. No tengo muy seguro si la actriz se ha enfadado porque no le han invitado al programa o porque le han invitado, que hay actrices muy raras, y se enfadan por lo blanco y lo contrario. El caso es que ha dicho que ella se negaba a asistir porque “blanquea el fascismo y blanquea a gente impresentable”. Me he quedado bastante sorprendido. Primero, por si entre la gente impresentable que blanquea la actriz estaba su compañero y protagonista. Y, segundo, porque suelo ver “El Hormiguero” y, debido a mis escasas dotes deductivas o a mi ausencia de olfato para el totalitarismo, no he advertido nada parecido en el programa.
No soy ningún amigo íntimo de Pablo Motos. Coincidimos en la SER, y hacía un programa de humor, lleno de ingenio y talento. La última vez que hablé con él fue en el camerino del teatro Príncipe Gran Vía, de Madrid, donde llenaba el aforo, todos los días, en compañía de Enrique San Francisco. Luego, he visto su programa, sin advertir que estaba blanqueando, noche tras noche, el fascismo, no sé si el fascismo catalán, el fascismo vasco, el fascismo Putinesco o el fascismo cuatro estaciones.
A esa actriz deben contratarla los servicios de inteligencia, porque sus dotes como detectora de fascismos deben ser bastante superiores a sus dotes teatrales. Y yo voy a ponerme al día, porque si el Ministerio de Igualdad, dirigido por esa ministra que se va a quedar en el paro, pagó unos anuncios para censurar a Pablo Motos, será por algo. En cuanto encuentre una excusa que se prepare Pablo que voy a ir a por él. Y me haré un nombre.