Los balances de fin de año hechos por los principales dirigentes políticos parecen poco alentadores acerca de un próximo acuerdo en alguno de los diez temas que, en mi opinión, requieren un urgente acuerdo de Estado. Sánchez y Casado se enviaron este miércoles ‘recados’ a través de los medios de comunicación en sus respectivas ruedas de prensa.
Pero veo pocas posibilidades de un ‘cara a cara’ en La Moncloa, o donde sea, antes de que se celebre ese tan pospuesto –siete años– debate del estado de la nación, que en teoría debería hacer un repaso de los principales problemas que tiene el país, pandemia incluida, y luego presentar resoluciones que deberían ser, y nunca son, soluciones..
Pregunté a Pablo Casado –no pude asistir presencialmente al encuentro de Sánchez en La Moncloa– si será posible una ‘cumbre’ entre ambos, las dos personas que pueden desbloquear muchas de las cuestiones atascadas, antes de que lleguemos a ese debate, que es el acto parlamentario por antonomasia: se trata de evitar que el repaso al estado de la nación se convierta en una ampliación de las sesiones de control parlamentario de los miércoles, que ya sabemos lo que dan de sí y la imagen que proyectan de nuestra clase política en general.
Que no se haya celebrado ese debate en siete años es una anomalía democrática, pero lo es aún mayor el que desde hace año y medio el presidente del Gobierno y el líder de la oposición no hayan tenido ocasión de hablar a solas sobre los muchos temas pendientes de acuerdos de Estado.
Nadie ha hecho una enumeración de cuáles son esas graves cuestiones pendientes de que ambos las aborden con voluntad de arreglarlas, pero me temo que ni siqueira coincidirían socialistas y ‘populares’ en toda la lista.
A mi modo de ver, son precisos estos pactos: sanitario, de educación, de Justicia –incluyendo la designación del fiscal general del Estado, además de la renovación del gobierno de los jueces–, territorial –el líder de la oposición debería participar en las conferencias de presidentes autonómicos–, sobre las negociaciones con el Govern catalán, sobre la España vaciada.
Y, aún más importantes, un acuerdo sobre la distribución de los fondos europeos, sobre la elaboración de una Ley de la Corona y sobre una cierta reforma constitucional que modernice en algunos aspectos clave nuestra ley fundamental y haga que pueda cumplirse en algunos aspectos hoy prácticamente imposibles de cumplir. Además, claro, de pactar unas mínimas reglas de juego ‘constructivas’ para el mentado debate sobre el estado de la nación, de manera que no ofrezca la impresión de que unos lo ven todo de color de rosa y los otros, negro.
En este sentido, estos encuentros con la prensa –peor, desde luego, el excesivamente breve del presidente del Gobierno– son claramente insuficientes para que cumplan la misión para la que, teóricamente, se celebran: informar a la ciudadanía de lo que nos espera en este 2022.
Que no sé si, como prevé Sánchez, va a ser mejor que 2021, ojala. Porque, la verdad, tras escuchar estos ‘balances’ yo sigo albergando mis dudas al respecto. Los balances no me cuadran.
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