Hay algunos periodistas predispuestos a publicar noticias, sabiendo o sospechando que son falsas, y hay muchas almas cándidas que claman al cielo porque esto no acarrea consecuencias para sus autores. El problema es que en la mentalidad sesgada de muchos españoles, esas mentiras fabricadas son creíbles porque las personas vilipendiadas podían perfectamente haber perpetrado esos actos u otros similares. Todo esto me recuerda al episodio acaecido en octubre de 1934 en Ferrol, cuando la Guardia Civil llevó ante el juez militar al último alcalde republicano de Serantes (Alejandro Porto Leis) acusándolo de incendiar la iglesia de San Juan de Filgueira. En el interrogatorio queda claro que sus captores sabían que no había sido él, y cuando el juez preguntó a la Benemérita por qué lo detuvieron, la respuesta no tiene desperdicio: “dadas sus ideas avanzadas, si no lo hizo, bien pudo hacerlo”.