El priapismo se apoderó del movimiento secesionista hace ahora cinco años. Pero todo lo que sube baja. Hace una década el entonces presidente de la Generalitat, Artur Mas, puso en marcha el llamado “procès” (vía hacia la independencia). Y en ese tiempo, nació, creció, alcanzó su cota más alta el 1 de octubre de 2017, toco techo el 27 del mismo mes y año (DUI) y luego se fue desfalleciendo. Fin de la aventura. Ahora los datos oficiales de la Generalitat certifican que la demanda independentista se ha ido desinflando entre sus seguidores. El último barómetro del CEO (últimos de julio pasado) sitúa en el 41% el porcentaje de catalanes favorables a la independencia, mientras que los contrarios han subido hasta el 52%.
El Estado supo ejercer su derecho a la legítima defensa con las leyes en la mano. Primero justiciero (condenas de cárcel a los principales agentes del desafío al orden constitucional) y luego generoso (indultos concedidos por el Gobierno). Pero hay una fecha clave, tal vez la primera señal del choque de aquellos con la realidad. Me refiero al discurso del Rey, tal día como este 3 de octubre de hace cinco años, que este comentarista despachó en su columna de Europa Press bajo el título “El Rey que tronó”.
Fue el grito institucional de Felipe VI ante la contagiosa sensación de que el Estado estaba a la defensiva. No hemos olvidado el desamparo de sus agentes policiales, la desidia de los mossos, el hostigamiento a periodistas no adictos o las banderas nacionales quemadas o arrojadas con ira a la papelera por exaltados seguidores de la causa independentista.
Escribí entonces que, en tales circunstancias, el Estado se hizo presente al máximo nivel. Y el discurso sonó firme, sobrio, serio, contundente, en la ratificación del compromiso de la Corona con la Democracia, la Constitución y el Estatut. No anduvo con rodeos: los nacionalistas se habían situado al margen de la ley, habían incurrido en un “inaceptable intento de apropiarse de las instituciones catalanas”, habían sido desleales, incumpliendo la ley, vulnerando el orden constitucional, socavando el Estado de Derecho, dividendo a la sociedad catalana y menospreciando los sentimientos “que nos unen y unirán siempre”.
Felipe VI recordó a las legítimas autoridades del Estado su deber de garantizar el funcionamiento de las instituciones. Y ese día se hizo mayor, en presencia de la princesa de Asturias. Como mayor se hizo su padre al desactivar el movimiento golpista de 1981, con el príncipe de Asturias también presente en su famoso discurso del 23-F por la noche. Merece don Juan Carlos ese reconocimiento, sin que suponga exculparle de conductas personales nada ejemplares.