Las encuestas siguen dando un importante crecimiento al PP y una caída progresiva del PSOE y de su socio de Gobierno. Si hoy hubiera elecciones, Feijóo superaría en unos veinte escaños a Sánchez y Podemos juntos. Eso no quiere decir que el PP pueda gobernar sin Vox, pero sí indica que la actual coalición no podría mantenerse en el Gobierno ni sumando todos los apoyos que tiene actualmente.
Y, aunque cambien las cosas en el año que falta, el previsible otoño caliente a nivel nacional e internacional y el escaso impacto de las medidas del Gobierno para frenar la inflación y hacer frente a los nuevos retos, van a ir incrementando los votos de uno, aunque no haga nada, y reduciendo los de otro, que no sabe cómo hincar el diente a esta crisis. La vicepresidenta primera ya ha hablado de recesión -la misma que negaba con rotundidad hace unas pocas semanas- y de que la creación de empleo se va a estancar o va a ir hacia abajo. El Gobierno apaga las luces y no solo de manera real. Los comercios a oscuras y el aire acondicionado o la calefacción en sus mínimos son un símbolo de hacia donde vamos.
Y en medio de esta enorme crisis de duración desconocida, el Gobierno y el PP van a un choque de trenes -no a la velocidad del de Extremadura, desde luego- con un otoño preelectoral y con la inflación y las nuevas leyes que va a sacer el Gobierno como ariete. Ni las medidas energéticas ni los nuevos impuestos a la banca y a las eléctricas han sido consultadas con los operadores sociales, ni la muy discutible ley de secretos oficiales lo ha sido con el principal partido de la oposición, a pesar de que, salvo que la cambie en el futuro, más pronto que tarde, la tendría que aplicar. Pedir consensos, fortalecer el funcionamiento de las instituciones, buscar instrumentos estables de lucha contra la crisis, garantizar el crecimiento y la defensa de los colectivos más vulnerables, evitar cambios bruscos e inseguridad jurídica deberían ser objetivos irrenunciables en este momento. Y objetivos conjuntos de los dos grandes partidos.
De otra forma, ante esa previsible victoria electoral del PP, el futuro gobierno va a tener que dedicar la mitad de sus esfuerzos a sacar al país de la crisis y la otra mitad a desmontar las leyes que han elaborado PSOE y Unidas Podemos con los apoyos de ERC, PNV o Bildu. Si ambos partidos hubieran sido capaces, ahora, de organizar un marco estable en beneficio de los ciudadanos, la amenaza de Vox sería mucho menor mañana. Pero ni Sánchez ha querido dar un paso al frente en este sentido ni sus socios se lo hubieran permitido. Ahora, antes de que todo se tuerza, van a forzar al presidente a hacer cosas y aprobar leyes que ni el país necesita ni benefician a los ciudadanos. Tan solo a ellos mismos.
Ian Gibson dice que los españoles “son una gente extraña, fabulosa, pero siempre a la greña”. No sé si es un problema de identidad, de no saber de dónde venimos, como dice él, o si lo que pasa es que no sabemos hacia dónde vamos. Solo una vez hubo un acuerdo de todos para ir juntos hacia la modernidad y la democracia y ahora algunos quieren convencernos de que la Transición fue un error.
Otra vez es necesario el acuerdo pero nadie quiere volver a revolucionar la política, aunque sea la única manera de hacer frente al futuro. El Gobierno y la oposición viven “prisioneros de una zona de confort” en la que se manejan para defender sus intereses de permanencia en el poder o de su conquista, a costa de lo que sea. Ni existe una ética pública compartida ni una voluntad de diálogo y transparencia en las relaciones entre la política y la economía. Y eso da alas a los que pretenden enfangarlo todo.