Anónimo ya no es una mujer

Todos los platos están cocinados, los vasos y platos fregados, los niños enviados a la escuela y al mundo. Nada queda de todo eso. Ningún libro de historia, ninguna biografía, tiene ni una palabra que decir al respecto, y las novelas mienten”. Célebre cita de Virginia Woolf.
 

Paseo feliz estos días de Feria del libro de A Coruña por los jardines de Méndez Núñez, pensando que, quizá, Anónimo ya no sea una mujer, no al menos en el mundo de la creación literaria y de la industria del libro que parecemos sostener nosotras. 
 

Sonrío observando el bello ejemplar ilustrado por Gala Pont para Alma Clásicos de Una habitación propia, y le doy las gracias a Virginia. A ella y a todas esas mujeres que, en diferentes épocas, en diferentes circunstancias, escribieron contracorriente. A las que lo siguen haciendo ahora, desnudándose para escribir, rebelándose contra el orden establecido desde la poesía, desde el ensayo, desde la ficción. 
 

Nuestra identidad como mujeres sigue siendo un reto. Un desafío. Lo es en todos los ámbitos: una competencia, un duelo. Lo es visiblemente en la literatura, aunque nosotras somos las personas que más leemos y representamos casi la mitad de los autores. En la cadena profesional del libro, además, ocupamos puestos relevantes: editoras, agentes literarias, libreras, jefas de prensa, distribuidoras. Si bien el camino no ha sido fácil, hablo ahora como autora, nuestra presencia y visibilidad está cambiando, es apabullante, no por la cantidad, sino sobre todo por la calidad, por el riesgo y la valentía en todos los géneros.
 

El primer ejemplar que adquiero en esta Feria del Libro no es ninguna novedad, se publicó en España en abril de 2020 ¿Algún día nos dará tiempo a leer los buenos libros que pasaron desapercibidos en el año pandémico? Llevaba tiempo buscándolo: Las Malas, de la argentina Camila Sosa Villada, un debut sobresaliente de la narradora que lleva en su voz a Marguerite Duras, a Wislawa Szymborska, a Carson McCullers. De Carson MacCullers, recetado por la librera entusiasta y leída, también me regalo un libro en mi expedición por la Feria: Reflejos en un ojo dorado. 
 

Avanzo despacio, me detengo un rato largo en cada caseta de libros, como si quisiera que las lecturas me escogieran a mí. Pienso en aquello que dijo Andrè Gide: “Ante ciertos libros uno se pregunta: ¿quién los leerá? Y ante ciertas personas uno se pregunta: ¿Qué leerán? Y al fin los libros y las personas se encuentran”. 
 

Me encuentro con Carcoma, de la escritora Layla Martínez, editado por Amor de Madre. Me lo llevo. Me cruzo con Sagitario, de Natalia Ginzburg, está traducido por Andrés Barba, eso es trampa, es doble reclamo. También, me lo llevo. 
 

A casa llego con mis ejemplares bajo el brazo, y sin la barra de pan. No era un propósito, ¡puedo jurarlo!, apropiarme solo de novelas escritas por ellas. Mañana vuelvo a la Feria. 
 

Ojeo primero Las Malas. La novela abre con una cita de Gabriela Mistral, dice: “Todas íbamos a ser reinas”.

Anónimo ya no es una mujer

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