Precisamente, resulta horroroso e injusto que las posibilidades de supervivencia de un niño puedan depender únicamente de su lugar de nacimiento y que haya desigualdades tan pronunciadas en el acceso a los servicios de salud que salvan vidas. Junto a esta atmósfera de contrariedades, que recientemente denunciaba la Organización Mundial de la salud; además nos falla el corazón, que es la verdadera fuente existencial.
Necesitamos, por ello, sistemas sólidos sanitarios de atención primaria; que satisfagan tanto el mejor comienzo en la vida, como del mismo modo, en el ocaso. La vejez no sólo pierde el ánimo, sino que duda incluso de que merezca la pena continuar viviendo en un mundo que los arrincona; cuando en realidad son, la viva memoria del momento y el instante precioso de la sabiduría. El sonrojo debería caer sobre esas personas que se aprovechan de la debilidad de estas criaturas, ya sean párvulos o mayores. Sólo hay que pasarse por la sala de urgencias de muchos hospitales, sobre todo en países más desarrollados, convertidos en un lugar utilizado por familiares que desertan a sus mayores cuando les resultan un estorbo en casa. Imposible, pues, conformarse con lo conseguido hasta ahora. El diario de nuestra vida nos llama a conquistar cada día nuevos horizontes, pero haciéndolo desde el amor, lo que conlleva un espíritu solidario y justo. Estos abecedarios actuales nos separan, aunque pretendan unificarnos, prevaleciendo los intereses egoístas de los más fuertes y debilitando el vínculo de la familia.
Este descarte de vidas en camino nos deja sin palabras. Lo que hoy prolifera es el boicot y la encerrona, la violencia y la mutilación de los vínculos, el enfrentamiento y la pérdida de contacto con la realidad concreta, el recogimiento consumista y cómodo, las descalificaciones y el desenfreno, a través de un círculo virtual que derrama odio y nos aísla del entorno en el que vivimos.
Nos falta el sentarse a escuchar al otro, compartir vivencias mirándose a los ojos, porque la savia requiere encuentro, para poder participar experiencias y madurar.
Si hoy ningún Estado nacional aislado está en condiciones de asegurar el bien común de su propia ciudadanía, tampoco ninguna persona por si misma puede realizar nada; es necesario preocuparse y ocuparse conjuntamente, reaccionar a tiempo y en comunidad, si en verdad queremos avanzar y corregir el rumbo. En consecuencia, requerimos en todas las latitudes del planeta, que se aminoren las tensiones, con una generosidad sin límites para poder avivar la respuesta humanitaria, consensuando posturas y reconciliando actitudes.