Ácaros y gobiernos

Hay ácaros en todos los medios y en medio, son, en su mayoría, depredadores, pero los hay también litófagos, detrítivoros, hematófagos y parásitos. Una fauna de cuidado para enfermarnos y curarnos sin cuidado, eso sí, invisible, y esa es su virtud, porque si no se ven, no se oyen, no se tocan y no saben a nada en el paladar, es que no están, pese a estar ahí.
 

En una sociedad gobernada por ellos podríamos ir desescamando la razón con un pulso más relajado y acorde con nuestra ancestral necesidad de odiar. E ir entregándole nuestros recursos materiales, espirituales y sociales para que los fuesen consumiendo, como lo hacen ahora, pero sin tanto ruido y el aseo de no tener que contemplarlo. 
 

Seres que nos chupen la sangre, pudran lo podrido y nos pudran o parasiten con ese sordo pulular suyo. Entes, en fin, a la medida de un mundo idílico, más brumoso que desdibujado e incapaz de revelarnos culpables de otra culpa que la de saberlos ahí, irremediables, antisociales, belicosos, corruptos, mafiosos, perniciosos, depredando y parasitando toda esperanza para que la esperanza no sea propiedad de nadie en ese elemental desgobierno. 
 

El «acarismo» ha de ser nuestra postrera ideología, porque solo así podremos seguir siendo magníficas alfombras, polvorientos rincones, miserables moquetas, sucias estancias; la podredumbre nuestra de cada día, sin que medie la redención de otra ideología que la del ácaro en nuestras vidas. 

Ácaros y gobiernos

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