Sí, ya sé que en un día como hoy todos los ojos están puestos en el funeral más publicitado de la Historia. Pero déjeme distraer su atención con algo que me parece de suma importancia aunque usted lo considere, con razón, aburrido. Hablo de la caótica situación de la política catalana, cuyos cascotes pueden, quién sabe, caer sobre nuestras cabezas.
Dado que la política catalana no la entienden ni los protagonistas de la misma, no extraña el deasapego de la mayoría de la gente por el enorme lío de una gestión que puede, en no muchos días, desembocar en la ruptura de la coalición en el Govern y acabar produciendo vaya usted a saber qué consecuencias. No solo en el interior de Cataluña, sino que la posible ruptura entre Esquerra y Junts acabará afectando al resto de la nación. Comenzando por la Mesa negociadora entre Gobierno central y Govern, que intentarán celebrar de nuevo en los próximos días, pero que está condenada a la esterilidad ante la enemiga de una parte del Ejecutivo catalán, el representado por Junts.
Claro que la propia formación de Puigdemont aparece escindida entre los ‘posibilistas’ que quieren permanecer en el Govern y los más extremistas, que quieren acelerar el ‘procés’ ya este mismo otoño, volver a declarar unilateralmente la independencia y repetir las nefastas iniciativas que, hace ahora exactamente cinco años, acabaron con Puigdemont en el ‘exilio’, con los líderes del ‘procés’ encarcelados y, por fin, con la ruptura con Esquerra.
La situación, vista desde Madrid, señala que la ruptura entre ERC y JxCat no tiene por qué ser necesariamente buena para los intereses de una España unida. Puede que el fanatismo de los más extremistas acabe en nuevos desórdenes callejeros, que es algo por lo que el ‘hombre en Waterloo’ lleva luchando, incluso desde los tribunales europeos, desde hace ya media década. Pero puede también que una hipotética ruptura en la coalición del Govern fuerce a Pere Aragonès, persona moderada y realista, en definición de La Moncloa, a iniciar conversaciones de gobierno con el Partit Socialista. Que fue, al fin y al cabo, con Salvador Illa a la cabeza, el más votado en las pasadas elecciones.
Eso nos retrotraería, aunque con la presidencia en manos de ERC, a los tiempos de la coalición tripartita de Maragall o de Montilla. Que, si no eran un modelo de estabilidad y de fervor constitucionalista, sí, al menos, permitía un diálogo dentro de las sensibilidades nacionalistas, entendiendo que el PSC también la tiene, a su manera. Veremos, pues, qué sector gana en Junts.
Mientras, el Gobierno español ha decidido esperar y ver unos acontecimientos en los que poca influencia puede ejercer más allá de reforzar sus lazos con la Esquerra de Oriol Junqueras, Pere Aragonès y Gabriel Rufián, cada vez más “razonable” (Gobierno español dixit) en sus intervenciones parlamentarias.
¿Y el ‘constucionalismo puro’? Pues manifestándose en Barcelona este domingo por el cumplimiento de la obligatoriedad de la norma que obliga a enseñar en castellano un 25 por ciento de las asignaturas y tratando, el PP, de adoptar una actitud suavemente ‘catalanista’ que espera que le dé buenos réditos en las urnas en las elecciones generales. Porque las municipales de mayo el PP sabe que las tiene perdidas, y no hablemos ya del declinante Ciudadanos y de Vox: los ‘populares’ solo cuentan, lo recordaba con regodeo Junqueras esta semana en los cenáculos madrileños, con un alcalde en Cataluña.
Atención, pues, a lo que vaya a ocurrir en Cataluña en los días finales de este mes. No será interesante, porque el caos nunca lo es, pero puede ser importante. Mucho.