Aunque para calificar el tiempo pasado solo tienen poder los historiadores y los novelistas, sobre el año que vamos a dejar atrás no sería exagerado decir que ha sido nefasto por culpa de la pandemia y “horribilis”, en términos políticos. La nueva ola del covid-19 nos aboca a más incertidumbre de la que ya veníamos arrastrando. Las expertos no se ponen de acuerdo y los políticos improvisan. En lo relacionado con este virus solo sabemos que sabemos muy poco acerca de sus mutaciones y cuando, a pesar de la masiva vacunación, dejará de flagelarnos-. Que el número de fallecidos sea inferior al del año anterior es la única novedad positiva que aporta ómicron, el nombre de la variante que ya nos resulta familiar.
En el escenario de la política en 2021 hemos conocido todas la variables del funambulismo llevadas a término por el presidente Pedro Sánchez. Hizo de todo para seguir contando con el favor parlamentario de los partidos minoritarios en cuyo ideario predomina el repudio de la España constitucional. Compró el apoyo de ERC y de JxCat indultando -pese al informe desfavorable de la Fiscalía- a los presos condenados por el gravísimo delito de sedición. Con EH Bildu, los herederos de Batasuna, el trueque consistió en el acercamiento a cárceles vascas de los presos por terrorismo. Al PNV le tocó la gestión de la línea del AVE en territorio vasco.
La dimisión del vicepresidente Pablo Iglesias para presentarse a la elecciones autonómicas de Madrid en las que salió derrotado estrepitosamente y su posterior abandono de la política activa, fue otra de las noticias del año, junto al triunfo de la popular Isabel Díaz Ayuso y su consagración como figura política destacada en el ámbito de la derecha española. La lenta, pero a juzgar por los sondeos indeclinable caída de las expectativas electorales de Ciudadanos es otra de las estampas que nos deja este año. Un año para olvidar. Lo malo es que tal como están las cosas, al despertar, el dinosaurio seguirá allí.