BROMURO CATÓDICO | Darle al público lo que desea

Crítica de cine en #Nordesía: Ángel Luis Sucasas aborda el "Superman" de James Gunn
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Desde luego, y en la industria de los videojuegos lo sabemos bien, es muy, muy mala idea dejar que el público sea dictador de su contenido. Pero es igualmente mala idea, si uno aspira a conectar con la audiencia, hacer como si estos no existieran. El equilibrio entre escuchar al público y entender las fuentes de sus frustraciones y de sus placeres es todo un arte que, en tiempos recientes, se ha pervertido por la mercantilización extrema de lo que se conocen como focus groups, pruebas que se hacen con el público a puerta cerrada para determinar qué partes de una película/juego gustan, y qué partes no. Que Hollywood haya degenerado en una generación de productores muy jóvenes que saben mucho del mundo de los negocios y nada o menos del mundo del cine, explican el desastre artístico (y muchas veces también de negocio) de estas estrategias. 


Frente a esto, están tipos como James Gunn. Recuerdo que lo conocí en el festival de Sitges, hace un par de décadas. Un treintañero divertido, alocado, lleno de energía que venía con un peliculón bajo el brazo, Super, y que prometía todo para el futuro. Pero, cambiando Hollywood como cambió en el 2010, la carrera bizarra y divertida que pudo haber tenido James Gunn se transformó en una dedicación, exclusiva, a los superhéroes. Donde... realizó su carrera bizarra y divertida porque Gunn comprendió que era eso o una independencia que, probablemente, sería dura en lo económico y más dura aún en la relevancia de sus obras. 


Gunn ha encarnado, probablemente como nadie, lo que ocurre en estos días cuando un director con voz, visión y talento colisiona con el Hollywood de las franquicias. Tiene que haber un quid pro quo para que la cosa funcione. Hollywood tiene que dejar que estilemas y manierismos del cineasta se muestren en sus citas para que el artista permanezca, sino feliz, al menos sí cuerdo y el cineasta en cuestión tiene dos deberes: 1) encontrarse a sí mismo en las franquicias 2) encontrar al público en aquello que les ofrece. 


Gunn lo consiguió en su fantástica etapa en Marvel, firmando tres Guardianes de la Galaxia en creciente ejercicio funambulista entre el autor que es y el vendedor que le obligan a ser. Luego, fracasó, porque no quedaba otra, con una Escuadrón suicida maravillosa, pero kamikaze, en un universo DC que ya había muerto pero luego aplicó dicha fórmula televisiva, con éxito, a El Pacificador y Monster Commando


Y entonces, la gran llamada le llegó. Le tocaba encargarse de definir los siguientes pasos de todo un universo, el de DC Comics, el de Superman, Batman y compañía y había que empezar con... Superman. Un personaje peculiarmente difícil para la taquilla porque compite con el recuerdo mitológico de Christopher Reeve y porque la inocencia boy-scout del personaje no acababa de cuajar con un público embelesado con el espíritu transgresor y salvaje de un Juego de tronos


Pero claro... El Superman que debía recibir el público hoy no se manifestaba en el mismo ambiente. Trump está en la Casa Blanca; por segunda vez; que es como decir que Lex Luthor, la némesis de siempre del hombre de acero, es el presidente de Estados Unidos. 


Juego de tronos ha quedado en el retrovisor, y la gran fantasía del presente está dominada por Brandon Sanderson, un autor mucho más luminoso, spielbergriano, de lo que lo fue el genio R.R. Martin. Quedan obras nihilistas como Elden Ring o las maravillosas novelas de Joe Abercrombie rompiendo el zeitgeist de la conversación, pero empiezan a ser minoritarias. El péndulo se ha movido. 


Y Gunn, zahorí de esto de narrar para las masas, lo entendió perfectamente. Por eso el Superman que entrega, con el nuevo logo de DC, alude al superman más primigenio y cartoon de la edad de oro. Por eso lo primero que vemos en la cinta es un perro con capa en tremendo galopar por la antártida. Por eso Linterna Verde lleva un corte ridículo a la taza y hay conversaciones, profundas pero sencillas, sobre qué significa ser humano y tomar las propias decisiones. Por eso, en la mayor trasgresión con la historia original y mil veces sabida del superhéroe, Clark renuncia a su legado kriptonita y abraza su naturaleza terrícola, su condición de inmigrante. Por eso el momento culminante de la cinta, que hasta impresionó a mi hijo (dijo, con algo de fastidio: “la mejor escena tenía que ser un beso”) es un beso maravilloso entre Superman y Lois Lane, los dos girando mientras ascienden, ingrávidos y felices. 


Y todas esas decisiones conforman, exactamente, el Superman que el público deseaba porque Gunn entendió lo más difícil, lo que nunca puede extraerse de un estudio de mercado: ¿qué sentimos, hoy en día, sobre la situación del presente? ¿Qué desearíamos sentir? Para ello está la ficción. Para ello está Superman

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