“Es tres veces el tamaño de una avispa del país y te inyecta el triple de veneno”. Rafael Díaz, delegado de la Asociación Galega de Apicultura (AGA) en Ferrolterra, no se cansa de advertir del riesgo que conlleva para las personas la presencia de las velutinas, pero tampoco de enumerar las pérdidas que han traído consigo en el sector que un día le aportó un segundo sueldo. “Soy quien más colmenas trabajo de la comarca y antes tenía una producción media de 25 kilos, mientras que ahora, si consigo seis kilos ya me doy por contento”, admite, “y con los gastos de producción multiplicados”.
Conoce como pocos el comportamiento de esta especie invasora de la que ya hay tres tipos distintos en la península ibérica, localizándose un total de cinco en su lugar de origen, el Sudeste asiático. “Cuando estamos en la campaña de trampeo primaveral, siempre decimos que no debería haber ningún nido a menos de 80 metros de una casa”, sostiene, explicando que otra de las diferencias con sus “primas lejanas” es que “no hace falta que haya ruido, con la vibración ya te pueden atacar”.
Otra problemática añadida es que han encontrado en la costa gallega un clima ideal, templado, que únicamente les impide sus ciclos vitales cuando la primavera, como estas dos últimas, es más lluviosa de lo habitual. No obstante, su gran adaptabilidad las ha hecho evolucionar hasta lograr construir nidos soterrados, bajo tierra, de ahí que hayan empezado a atacar a personas que están retobatando o pasando el cortacésped, apunta el experto, que ostenta el récord de haber retirado el nido más grande de la comarca: medía más de metro y medio y estaba en el entorno de Chamorro.
Con 3,5 kilómetros más de radio de acción que las autóctonas, llegando a los cinco, Díaz destaca que, al contrario que las locales, a las que puedes dar esquinazo al poner distancia, estas “hubo casos en los que a más de 100 metros se te echaban encima; son muy belicosas”. Por si fuera poco, se reproducen con una facilidad pasmosa y AGA Ferrolterra llegó a contabilizar a 900 madres en una sola colmena. “Es una barbaridad; pero como aquí no tiene enemigos naturales y la población está muy diseminada, con lo que tiene acceso a comida allá a donde vaya, las tenemos por todos lados”.
Los daños, además de personales y económicos, afectan también al futuro del oficio. En este sentido, Rafael Díaz, que está ahora impartiendo un curso de iniciación a la apicultura para 17 jóvenes que quieren vivir de esto, lamenta que “sinceramente, aunque haya ayudas de Europa, no me atrevo a animarles a que se metan a ello, tengo que decirles que se lo piensen”, y pide que cuenten con los profesionales para las investigaciones que se realicen en el ámbito universitario.
“Es una avispa que ha venido para quedarse y hay que aprender a convivir con ella”, valora Enrique Suárez, jefe de los Bomberos de Ferrol, afirmando que “la mejor prevención es el trampeo en la época en la que las reinas salen de su letargo invernal y necesitan alimento para crear nuevas colonias”. En este sentido, Rafael Díaz admite que sí que se nota la aplicación de este tipo de métodos y, en su caso, empieza en marzo a poner los “cebos” para velutinas.
Reiterando que “para nosotros, los apicultores, es un problema muy gordo”, el delegado de AGA mira con envidia las medidas que se tomaron en Francia, un país que supo coordinar la lucha contra la especie invasora aunando a todos los sectores afectados y estableciendo una red de unas 20.000 trampas al año.
Con todo, Díaz recuerda que, en los inicios, “no había nada, solo luchábamos contra ellas con nuestra inventiva”. Así, hace una década empezaron a prender fuego, pero con el paso de los años se han ido perfilando diferentes formas mucho más efectivas, como la incorporación de las escopetas cargadas con cápsulas de biocidas que se disparan a los nidos para neutralizarlos incluso cuando están en lugares inaccesibles.
No obstante, explica el experto que uno de los procedimientos con un mayor éxito ahora es el de los “troyanos”, aunque en Galicia todavía no ha recibido la luz verde de la Xunta y tiene en contra el marco legislativo, algo que no ocurre, por ejemplo, en Asturias. Consiste en capturar a las avispas con vida, inyectarles el químico en su abdomen y cortarles las patas traseras. Volverán a la colmena y cuando el biocida entre en acción “se cargan hasta 40”.