Una entrevista de Xosé G. Fandiño
En Pedro Simón –Madrid, 1971– periodismo y ficción se alimentan de la misma materia, que en su caso son las historias de las personas “corrientes” con sus problemas, sus sueños, sus frustraciones y su búsqueda de la felicidad. Si no fuese reportero, el autor de la trilogía ‘Los ingratos’, ‘Los incomprendidos’ y ‘Los siguientes’ no habría podido escribir una novela como ‘Peligro de derrumbe’.
Es sorprendente la manera en que las historias, aun escritas hace una década, apenas saliendo de una crisis económica brutal, han regresado a la actualidad con más fuerza que nunca. Y, si cabe, con más humanidad y empatía, que son el ADN de su autor, un profesional que atesora algunos de los premios del gremio más prestigiosos del país, como el Ortega y Gasset (2015), el de la Asociación de la Prensa de Madrid (2016) o el Rey de España (2021). Como novelista, ‘Los ingratos’ recibió ese mismo año el Premio Primavera.
¿Qué es lo que le ha llevado a revisar y relanzar un libro como ‘Peligro de derrumbe’, que a priori está circunscrito a una época muy concreta, la del estallido de la crisis de 2008-2009 y las consecuencias?
Yo creo que uno no se convierte en escritor por el hecho de que escriba un libro, igual que uno no se convierte en médico por el hecho de ponerse una bata blanca. Te digo esto porque en realidad yo no he decidido que el libro vuelva a salir: eso lo han decidido los lectores. Con la trilogía de la familia –’Los ingratos’, ‘Los incomprendidos’ y ‘Los siguientes’– se generó una comunidad de lectores que no hacían más que preguntar por este libro, un libro que se escribió hace diez años y que ya estaba agotado. La gente quería encontrarlo y me preguntaba por él. Ahí apareció Espasa, que se ha quedado con los derechos para editarlo, así que aproveché para matizar algunas cosas, retoqué otras, pulí por aquí, cambié el principio, el final... Es verdad que es una novela que está circunscrita a la crisis económica, pero creo que tiene muchas claves referenciales de los momentos en que vivimos.
Para un escritor tiene que ser una satisfacción que sea la demanda popular, del lector, la que motive la reedición de un libro publicado hace una década?
El libro, en su momento, pasó bastante desapercibido. Es un libro que me hizo mucha ilusión y lo hice con mucho cariño: me dejé mucha piel ahí, piel periodística. Precisamente por eso, por haber pasado tan desapercibida, es a la que más cariño le tengo. Por eso y porque habla de algo que a mí me da la vida, que es hacer reportajes, contar historias de la gente. La novela es ficción, pero está amasada con muchas vidas destrozadas que yo conocí en aquel entonces.
Aquella época que relata en el libro está superada o debe servir como advertencia para tiempos futuros?
La novela cuenta la vida de nueve personas que están buscando un empleo y se encuentran en la sala de espera de una entrevista de trabajo. Está ambientada en aquellos años en los que había 500 desahucios al día y en los que un solo trimestre sumaba 800.000 parados... La situación económica y la foto de país no es la misma: en España la economía va bien, eso es indiscutible, no lo digo yo, sino los datos macroeconómicos, aunque siempre hay gente orillada... Y creo que hay muchas cosas que nos hablan de aquello, que guardan parecidos con aquello y que tienen que ver con las incertidumbres que hay. Yo detecto muchísimas: en lo climático, en lo tecnológico, en lo geopolítico, en lo relacional, en lo energético, en lo laboral –por culpa de la Inteligencia Artificial–: veo que estamos a un milímetro de que impacte un meteorito en la economía y mucho me temo que hay patrones que estamos repitiendo, que tienen que ver con un consumo desaforado, con este capitalismo financiero de casino, con esta cosa absolutamente desatada de la compra de vivienda para el lucro personal. Todo esto nos impacta y creo que en cualquier momento, ojalá no, el derrumbe puede sobrevenir.
Para ser buen escritor no hace falta ser periodista, pero los buenos periodistas son grandes escritores. ¿En qué medida el periodismo explica al novelista Pedro Simón?
Es difícil contestar a esto porque yo solo tengo una vida, y mi vida es la de reportero. Yo escribo desde ahí y todo lo que se me ocurre tiene que ver con eso. Sí te puedo decir que a mí la herramienta de la empatía me sirve para escribir, y eso tiene que ver con el reporterismo. Sí te puedo decir que hay escritores que vienen del periodismo que a mí me deslumbran, y te diría que el que más de todos es John Steinbeck, pero también Norman Miller o Ignacio Aldecoa, aunque no venga exactamente del periodismo. Pienso que el periodismo y la novela tienen muchos vasos comunicantes porque los dos géneros consisten en llevar a la gente de viaje. Yo siempre digo que un reportero es como un taxista porque lleva a gente de viaje y acaso un novelista sea un piloto de avión porque la lleva más lejos. Pero esto va de llevar a la gente de viaje. Y yo no me veo escribiendo una novela sin mi mochila de periodista, porque yo veo el mundo desde ahí y me acerco a los otros desde ahí. Y te diría que no solo como novelista, sino como ser humano: esa necesidad de escuchar, este aliento que tiene que ver con el prójimo y con darle un sentido a tu propio trabajo y a tu vida, que, de alguna manera, te hable también del dolor de los demás...
En su caso, para contextualizar la historia (las nueve historias personales que contiene el libro) es necesario echar mano de las estadísticas que se daban aquellos años, pero la novela no va de eso, va de nombres y de vidas reales.
Sí, de los detalles, ¿verdad? De las historias extraordinarias que hay dentro de lo aparentemente ordinario. Hay un poeta que se llama Jesús Montiel que dice: “Me pasé toda mi vida detrás de gente que parecía interesante y con el paso del tiempo me he dado cuenta de que la verdaderamente interesante es la que no lo parece”. Pues son este tipo de historias. Estoy convencido que tú podrías ser el protagonista de una novela, que esa mujer que nos está viendo en un pueblo ahora mismo podría ser protagonista de una novela, que ese chaval universitario que nos está leyendo podría ser protagonista de una novela. La historia es que cada uno de vosotros me contaseis la parte de vuestra vida que daría para una novela... Y eso casi siempre tiene que ver con una herida, casi siempre tiene que ver con algo que nos duele y casi siempre tiene que ver con algo que nos quita el sueño, que puede ser algo que tenga que ver con la soledad, con el desamor, con una pérdida, con una muerte, con una enfermedad, con un desánimo. Y yo creo que las buenas novelas se mueven ahí siempre, en el plano humano, por eso yo me arrimo por ahí.
¿La realidad, como fuente, siempre supera a la ficción?
Sí, también porque las cosas que son muy de verdad o que son duras tienen que ver con la belleza. No sé, pero creo que tenemos un radar humano para detectar la ficción de la realidad. La realidad casi siempre tiene que ver con el sentimiento, con cosas que nos hacen sentir. No digo que lo que estés contando en el libro sea tu historia, pero sí está contada desde una verdad que tiene que ver con la honestidad, que tiene que ver con arriesgarse, que tiene que ver con hablar de ti, con eviscerarte tú, no eviscerar al otro... Por supuesto que sí: la realidad supera a la ficción, y he visto cosas muy increíbles, que a veces cuesta contarlas en un reportaje, pero que en una novela no las cuentas porque nadie las creería.
Escuchamos muy a menudo ese mantra que se disfraza con un concepto, la cultura del esfuerzo, y que viene a culpar a las personas de la suerte que corren en la vida. Está bien tener presente que todo en la vida cuesta, pero vincular el esfuerzo al éxito, sin tener en cuenta otros factores que intervienen, es una “teoría” que no resiste la prueba de ninguno de sus personajes, mujeres y hombres que lo dan todo, que son honrados, que intentan hacerlo mejor, con responsabilidad y que, sin embargo, no tienen suerte.
Totalmente. En eso de que el que se esfuerza lo consigue y tiene éxito hay algo muy perverso, que es que si no lo consigues, la culpa es tuya. Es un argumento muy cabrón porque te deja a los pies de los caballos: en el momento en el que no lo has conseguido es que no te has esforzado lo suficiente. Por eso esta gente de ‘Peligro de derrumbe’ que no tiene empleo de algún modo se siente culpable porque la sociedad lo que te dice cuando no tienes trabajo es que la culpa es tuya; te está diciendo que o bien no te has esforzado lo suficiente, o bien no tienes tanto talento, o bien tu circuito de relaciones no sirve para nada... Entonces, te orilla. Esa mirada hegemónica que te exige perfección, que te exige pureza, que te exige un pasado sin mancha, que te exige la no comisión de un error en tu vida... Ese tipo de mirada que es como un falangista que llevase una pistolita en la sobaquera y te va dando lecciones mientras te pone a limpiarle las botas. Esa mirada que en la historia ha estado tan presente que muchas veces se repite en determinada gente.
Es un libro crudo, con personajes muy de verdad y que se pueden tocar con las manos, pero en la novela hay un rayo de optimismo y de esperanza. Al final, ¿incluso en las situaciones más adversas es posible encontrar algo de luz?
Sí, creo en las novelas que acaban bien, creo en los reportajes que acaban bien. Si alguien te ha acompañado durante siete horas leyendo un libro, lo mínimo que le puedes ofrecer es un final feliz. Creo, además, que la mayoría de las cosas en la vida se acaban colocando. Hay cosas que no, por supuesto, como si pierdes un hijo en un accidente de coche. Puedes sobrevivir, pero no colocarlo. Pero sí cosas que tienen que ver con el desamor, con el empleo, con la salud... Casi todo eso se va colocando, y creo que incluso en los peores momentos siempre hay luz.
Steinbeck, que es un escritor para mí referencial, cuando le dieron el Nobel en 1962, en su discurso de aceptación decía que el escritor tiene que contar la probada capacidad del hombre para la dignidad en la derrota, para la compasión y para el amor. Él decía probada capacidad. Esa capacidad está probada, y yo también creo que está probado que tenemos capacidad para tener dignidad en la derrota, para el amor y con la compasión. Y ese es mi motor, cuando escribo reportajes, cuando me acerco a las novelas es algo que me gusta que no se olvide: esa probada capacidad que tenemos.