Ya sabemos por experiencia que, por muy negra que se presente la situación, cuando de poder se trata, los partidos acaban por encontrar la manera de pactar. Pero por el camino hay recelos, ultimátums y enfados varios. En el caso de Castilla y León, la parte de la desconfianza corre a cargo del PP, que no se fía de la oferta de los socialistas de abstenerse en la votación de investidura y facilitar así el gobierno de Mañueco a cambio de que Casado y los suyos rompan con Vox. Y el caso es que los populares también quieren romper, pero por convicción, no por exigencia de otros; y de ahí su reticencia a decirle ‘sí’ al PSOE. Cosas del ego, que a veces es más fuerte que el sentido práctico. Yolanda Díaz, por ejemplo, no parece cargar con ese defecto, el del ego, tan común en política, y no tiene problema alguno en sumarse a la idea socialista, aunque suponga contradecir a Podemos. Los del enfado, imaginamos, son ellos. Y luego está el motivo mismo de conflicto, Vox, al que nadie quiere pero está en posición de dar un ultimátum: o entra en el Gobierno regional o vota contra el PP. El asunto está feo, pero no dudemos de que encontrarán la forma de arreglarlo.