Cuando a uno le preguntan de pequeño qué quiere ser cuando crezca es más que probable que no responda “funcionario”. Y sin embargo, a medida que pasan los años la idea evoluciona de posibilidad remota a anhelo desesperado. A la vocación se la acalla a base de jornadas maratonianas combinadas con sueldos ridículos y con la aplastante confirmación de que la vida laboral real tiene poco que ver con la de las películas de jóvenes brillantes que superan los obstáculos para triunfar y cumplir su sueño. Que se presenten alrededor de 23.000 personas a las oposiciones de Educación que convoca la Xunta este fin de semana para cubrir menos de 2.500 plazas es bastante significativo de que la empresa pública gana enteros como sector más apetecible. Eso sí, para ser opositor hay que valer. Que esa fuerza de voluntad para ponerse a estudiar cuando ya no es obligatorio y sin saber siquiera la fecha del examen bien merece un premio. Y menudo premio...