sabido es de todos –y si hay alguno que no lo sepa, se lo contamos nosotros–, que dormir poco es malo para absolutamente todo. Nos levantamos cansados y con unas ojeras negras como un pecado de los de antes ―porque los de ahora ya no son tan negros―, no rendimos en el trabajo o en lo que tengamos que hacer y encima nos ponemos de una mala leche que más vale que no nos miren ni de reojo, porque les saltamos a la yugular. Y si no, que se lo digan a la Policía Nacional, que tuvo que ir el otro día a la calle del Orzán a poner paz entre los que se liaron a mamporros a las 09:30 de la mañana. Los implicados, lejos de estar frescos y lozanos como correspondería a tan temprana hora –después de un reparador sueño, se entiende–, estaban más perjudicados que los de las tarjetas revolving. Todavía no se habían acostado y sus seseras no regían en condiciones óptimas. Ya se sabe que a alguno… ¡la noche les confunde! Bueno, y el día también. Son los eternos confundidos. Animalitos de dios…