Desolados están los madrileños por la pérdida de una mínima parte del pastel institucional. Día sí, día también, sale a la palestra un consejero compungido por el odio de su vecino el presidente del Gobierno. Les resulta incomprensible que alguien tenga la más mínima duda de que ellos, los madrileños, son los mejores para acoger en la capital del reino cualquier institución, ya sea el Instituto Oceanográfico (comen el pescado más fresco que nadie), Puertos del Estado (nadie tiene más yates que los vecinos de La Moraleja) o la Agencia Espacial Española (en el Bernabéu sobran las estrellas, aunque la boina no deje ver el cielo). Afean a La Moncloa su desamor mientras la gallina de los huevos de oro se les va escapando. No es para menos su desesperación: el monopolio de las unidades de contratación del Estado reporta a la empresas de la comunidad el sesenta por ciento de los contratos públicos y la sitúan más de 30 puntos sobre de la media en PIB per cápita. Ya podría Pedro odiarlos un poco más.