Gestionar no resulta fácil para nadie y mucho menos para los políticos, que llegan al poder ya limitados por unas normas emanadas por el propio partido. Es decir, favorecer aquellas políticas que promulgan sus siglas y sus programas. Claro que una cosa es la teoría y otra distinta la práctica. Aquí nace el conflicto. Hay políticos de determinadas ideologías, que una vez en el sillón de mando entienden que tienen que elegir lo que dice el secretario general o líder del partido o defender la política local y el interés de los ciudadanos. Ocurre esto mucho con los alcaldes que, como por ejemplo, Abel Caballero va muy por libre, a pesar de los ‘toques’ que le dan desde su partido. Él tiene un nicho de votos suficientes para permitirse pasar olímpicamente de consignas. Y el partido traga, porque ante todo está gobernando una ciudad importante, tanto a la hora de votar en las elecciones locales como autonómicas o generales. En definitiva, que en ocasiones las ‘rebeliones’ suelen ser ganadas por aquellos políticos valientes que se oponen al dictado del partido y defienden su postura.