La verdad no sé por qué consideramos a estos personajes y personajas seres distinguidos y con todas las gracias y dones que el cielo les haya podido otorgar, cuando en el fondo ―y sin ser en el fondo― son más ruines y rastreros que cualquier hijo de vecino como podamos ser ustedes y nosotros. Porque ustedes y nosotros no aireamos nuestros devaneos extraconyugales, ¿a que no?, dejando quedar como un imbécil al marido y/o mujer propio/a y/o ajeno. Eso está pero que muy feo; no hay por qué faltarle al respeto a una persona que no te ha hecho nada más que compartir contigo su marido o mujer. Y ahora, doña Corinna, después de haber aceptado y disfrutado todo lo que su relación le ha otorgado, va de víctima contando lo que le da la gana de su ex amante ―al cual tampoco defendemos en absoluto―. Y lo que le da la gana no tiene que ser necesariamente la verdad, pero cuanto más truculento sea, mejor se lo pagarán. Ocho capitulitos nada menos que se ha montado la Corinna para contar su sufrimiento… real. Serán gente con clase, pero, al final, todo lo reducen a dinero. Qué asquito más grande.