La proliferación de incendios en el noroeste de España a lo largo de las últimas semanas debe hacernos reflexionar sobre qué modelo es el que queremos para nuestro monte. Es cierto que hay muchos que son provocados intencionadamente –a veces, sin serlo– por los humanos, pero otros no lo son. De una manera –aplicar el Código Penal– o de otra –con audacia en la administración– hay que tener claro que solo con un rural vivo se podrá poner límites a la catástrofe ambiental que representan los fuegos. Y no se puede esperar más.