“Non te manques”, le decía una abuela a su nieto cuando el niño salía con su pelota a jugar al fútbol. Y era un buen consejo, ya que por aquel entonces los partidos se disputaban en una calle por la que apenas pasaban coches o en descampados, ahora convertidos en bloques de edificios, con porterías improvisadas por dos piedras. Una simple falta, una zandadilla o un resbalón podían convertirse en todo un disgusto y no solo porque el niño se hubiera “mancado”, sino porque la caída casi siempre iba acompañada de un siete en el pantalón y eso en épocas con menos vestuario infantil que ahora era lo peor. Parecen historias superadas, pero en San Miguel de Deiro poco menos que ocurre lo mismo con un campo de fútbol que ya no pasa la ITV de la Federación.