Hace años era frecuente que los jóvenes prefiriesen el pan industrial al hecho de forma tradicional, incluso hubo un momento en que el de molde se puso de moda por aquello de meterle en el medio jamón de york y una loncha de queso. Menos mal que el bocadillo tradicional resistió y sin grandes variaciones. Los mismo sucedió con otros productos que se plantaban o criaban en las aldeas para el autoconsumo, porque su salida comercial era más que escasa o nula, porque la compra comenzó a realizarse en grandes superficies, con gran demanda de naranjas de Alaska, que seguro existen. Ahora, prima lo ecológico y cada vez son más los productos que se autoetiquetan ecológicos, sostenibles y palabrejas similares, con el único fin de incrementar el precio. Pero ello ha dado lugar a que la zona rural, lejos de convertirse en refugio de jipis encantados, se haya vuelto un lugar de prosperidad ecoganadera.