Lo que para Yolanda Díaz era “el comienzo de algo maravilloso”, para Pablo Casado fue un “aquelarre radical”. Se comprende que para la vicepresidenta segunda del Gobierno, que vive un momento dulce, el acto que protagonizó en Valencia con Mónica Oltra, Ada Colau, Mónica García y Fátima Hamed, tuviera toda la pinta de ser maravilloso y de anunciar cosas más maravillosas todavía, pues anda urdiendo una red de complicidades para su nuevo proyecto político de izquierda, pero lo de Pablo Casado es más difícil de comprender: debería estar encantado con que al PSOE, su archienemigo, le vaya a salir un grano en salva sea la parte si prospera lo de Yolanda Díaz, pero no lo está.
Este hombre que tanto tiende a sulfurarse y a hiperventilar por cualquier cosa, Pablo Casado, sorprendió el otro día, en el Congreso del Partido Popular de Castilla-La Mancha, alertando al PSOE de la inminente erupción de dicho grano y aconsejándole, por su bien, cuidados y prevención, toda vez que el absceso pudiera derivar, según él, en un “sorpasso” de padre y muy señor mío.
Pero, ¿desde cuándo se preocupa el señor Casado por la salud electoral de su adversario? ¿Hasta dónde está llegando en él su alejamiento de la funesta manía de pensar?
De momento ha llegado al inquietante nivel de calificar el acto de Valencia de “aquelarre radical”. Los aquelarres, señor Casado, los protagonizan brujas, ¿no lo sabía usted? Y si lo sabía, ¿no podía haber rebuscado por los rincones de su chusco ingenio un símil menos ofensivo, menos machista, menos rupestre?
Quien no sorprendió en el curso del mismo evento del PP fue Teodoro García Egea, su segundo, al valorar la agresión con lanzamiento de huevos que sufrió Yolanda Díaz al llegar al lugar de celebración del “aquelarre”, de manos de un grupo de facinerosos.
Deplorar la agresión no tuvo más remedio que deplorarla, pero enseguida soltó lo que el cuerpo le pedía soltar, que no le extrañaba que a los del Gobierno les pasaran esas cosas, pues son muy malos y no van a poder salir a la calle, que está inconteniblemente furiosa con ellos. Y se quedó tan ancho y tan feliz, como si hubiera batido un nuevo record en lanzamiento de huesos de aceituna.
Puede que lo de Valencia no fuera el comienzo de algo maravilloso, pero el aquelarre dialéctico de Pablo y Teodoro que generó, sin duda que no lo fué.