No es buena noticia para nadie que la Fiesta Nacional curse con abucheos al presidente del Gobierno y aplausos al Rey. Aunque las comparaciones son odiosas, se han hecho inevitablemente tóxicas en los circuitos políticos y mediáticos de una España metida en la crispación.
No me centro en la reprobación callejera al presidente, que al fin y al cabo entra en su sueldo. Voy al contexto. Es decir, a la coincidencia espacial y temporal de los abucheos a Sánchez con los aplausos a Felipe VI. La coincidencia hace inevitable la relación.
Eso nos empuja hacia conclusiones perturbadoras y seguramente falsas. Como la que nos lleva a incluir a los tabernarios abucheadores (“asesino, “ocupa”, “traidor” y cosas peores dijeron) en una determinada opción política, y no precisamente la de Sánchez.
Perturbador es lo que sostiene desde un periódico de tirada nacional en su editorial del día después y afloró en la sesión del control al Gobierno de este miércoles en el Congreso: Sánchez carece de respaldo popular y los abucheos ponen de manifiesto un claro divorcio entre el actual Gobierno y la sociedad española.
Temerarias conclusiones si tenemos en cuenta que, aunque la tendencia del PSOE sea menguante en el favor de los votantes (en todo caso está por ver), ese divorcio no se refleja en la actual orografía parlamentaria ni en el sesgo de las encuestas. No hasta un punto de “divorcio”.
Aun así, lo peor de todo es la malintencionada identificación de la Corona con los abucheadores de Pedro Sánchez que al tiempo aplauden a l Rey. Una forma de inflar las velas de los enemigos de la Monarquía matriculados en el hemisferio izquierdista de la política española.
Véase el poco tiempo que tardó el exvicepresidente del Gobierno, Iglesias Turrión, en declarar que la Monarquía es un símbolo político de la derecha y la ultraderecha. Dicho por el exlíder de Unidad Podemos justamente en plena celebración de una Fiesta Nacional que no reconoce por ser la evocación de un “genocidio”. Por tanto, “nada que celebrar”.
Todo de una tacada, en nombre de la España republicana, plurinacional y feminista que pregona y en la que, por supuesto, sobra la figura de un Rey. Una barbaridad que, por desgracia, no ha sido reconvenida debidamente desde Moncloa. Ni eso ni lo del “genocidio”.
Alguien podría recomendar a Iglesias, Alberto Garzón, Colau, Aragonés, Puigdemont, y todos los que se desmarcan de la Hispanidad, que dedicasen una hora a releer el debate de Valladolid (1550-51) entre los dominicos Sepúlveda y Bartolomé de las Casas.
Tal vez entenderían mejor en qué consistió la obra de España en la colonización de América, ahora tan denostada, hasta por el papa Francisco.