Si Esperanza Aguirre fuera un señor jubilado, se pasaría las horas muertas, según el tópico, mirando obras, pero habiendo visto tantas cuando presidía la Comunidad de Madrid, bien que sin querer indagar mucho en aquellas fruto de recalificaciones chungas, prefiere emplear el tiempo de su edad provecta en otras actividades más acordes con su agitado temperamento. Por ejemplo, en hacer el pavo encasquetada en un disfraz horrendo, en hacer de tertuliana televisiva o en fastidiar a Antonio Casado y a su corte de “niñatos” y “chiquilicuatres” metiéndoles el dedo de Ayuso en el ojo.
Pero como buena sexagenaria al borde del septuagenarismo, Aguirre, aunque no es un señor, no puede eludir completamente la fascinación por las obras, si bien ella, como Grande de España, no se pone a mirar una cualquiera, sino una, como mínimo, de don Francisco de Goya. Bueno, ya no la mira porque su marido, otro grande, la vendió de aquella manera con sus correspondientes anexos de escamoteo: a Hacienda, al Patrimonio Cultural de la Nación y a los copropietarios de la obra, sus hermanos, que no han visto un duro de la venta. Ahora bien; Esperanza Aguirre no es persona para quedarse sin ver nada, y ahora anda urdiendo la manera de ver caer a Casado con todo el equipo.
¿Y quién mejor que su epígona, que su discípula predilecta, que su heredera política, para llevar a cabo tan magno proyecto? Hay momentos en que parece que Aguirre se siente reencarnada, o transubstanciada, en Isabel Díaz Ayuso, y que intenta revivir a través de ella algunos episodios de su pasado, pero no en plan “déjà vu”, sino en el de ajustarle las cuentas al pasado precisamente. Así, animando a su alter ego Ayuso a apoderarse del PP madrileño como primer peldaño para hacerse con el partido entero, brilla en sus ojos la analepsis de aquél congreso de Valencia en el que quiso y no pudo merendarse a Rajoy, o la de sus horripilantes movidas con Ruiz Gallardón, hoy, para Ayuso, tal vez “Pepito”.
No es mujer para estarse quieta Esperanza Aguirre, aunque tantos de los suyos le agradecerían infinito que lo estuviese y dejara de ejercer con ellos su especialidad, la de jeringar al prójimo. Pero no, Esperanza no es persona para estar mirando obras, sino para hacerlas, y por sus obras la conocereis.