Circulan en internet incómodas imágenes de cuando Afganistán era comunista, con la gente vistiendo ropa occidental, y las mujeres llenando escuelas, universidades y lugares de trabajo. En esto llegó Ronald Reagan y reunió a los líderes talibanes en la Casa Blanca para financiarles y armarles, porque ya se sabe que si pones bombas a los comunistas eres un “luchador por la libertad”. Se hicieron con el poder en 1988, y cuando el 11-S de 2001 mordieron la mano que les había dado de comer, Occidente descubrió con horror que eran terroristas y maltrataban a las mujeres. No es la primera vez que las democracias incuban huevos de serpiente pensando que están inoculadas; ya ocurrió con los nazis, unos tipos desagradables pero que, convenientemente influidos por los aprendices de brujo que mandaban en Londres, podrían haber terminado aliándose con polacos, rumanos y húngaros para invadir la URSS.