A Pedro Sánchez se le ha terminado la baraka, esa especie de suerte sistémica o protección supranatural que acompaña a personajes a los que todo les sale bien, incluso contra toda lógica y pronóstico. Es la impresión que va cundiendo.
El presidente no atraviesa su mejor momento político: incertidumbre parlamentaria, con una nueva Esquerra Republicana a la que no será sencillo reconquistar; batacazo electoral en Madrid, improductivo triunfo de Illa en Cataluña y fiasco en Murcia; crisis de Ceuta, con Estados Unidos mirando para otro lado; un par de importantes fallos del Tribunal Constitucional en contra; pulso con Susana Díaz en Andalucía.
Y sumemos: ascenso de la derecha, hasta el punto de que por primera vez desde 2018 Sánchez aparece en varios sondeos por detrás del PP; ajustes en Moncloa sin Pablo Iglesias; desavenencias con la llamada ala caoba o viejas glorias de Ferraz; pulso con Susana Díaz en Andalucía; recuperación económica todavía más que incierta; deuda pública por las nubes; fondos europeos en el aire.
Sánchez necesita un éxito como sea. Político, económico, social, sanitario e incluso deportivo, aunque en este último terreno la desconcertante lista de jugadores confeccionada por el singular Luis Enrique para la Eurocopa que está al caer, no augura nada bueno.
Pues bien, las cosas no sólo no son así, sino todo lo contrario. Baste como elocuente botón de muestra el enorme revolcón político que acaba de recibir del Tribunal Supremo a propósito de los indultos a los golpistas catalanes que, aunque no lo parezca, cumplen condena en la cárcel de Lledoners.
Desde hace algún tiempo el Gobierno venía preparando el terreno a través del ministro de Justicia y otros altos personajes del partido. Pero como el tiempo urgía y los independentistas catalanes apretaban, a Sánchez no le ha quedado más remedio que acelerar y coger personalmente el argumentario de la justificación política ante la opinión pública e instancias varias.
Me imagino la cara de asombro que pondrían quienes lo escucharon en Bruselas y quienes siguieron su intervención del miércoles en el Congreso de los Diputados ante la cantidad de sandeces que dijo en una y otra tribuna. Toda una desautorización de la política a la Justicia y una ofensa a la inteligencia que no había por dónde coger. Cantamañanadas.
Si como cabe suponer la contundencia con que se ha expresado al alto tribunal habrá de modular la respuesta de Sánchez, poco margen de maniobra le va a quedar. Pero algo tendrá que hacer. Porque si recula, la alianza de la moción de censura colapsará y él será hombre muerto.
Muy probablemente intentará diluir los indultos en otra serie de medidas que le salven la cara ante la opinión pública y, en definitiva, ante el electorado. Sea como fuere, el precio a pagar no sería pequeño: eventuales medidas de gracia no gustan al 65 por ciento de los españoles.