el malabarista Pedro Sánchez lo ha vuelto a conseguir. Sin despeinarse, sin ni tan siquiera subir al estrado, logró que el Congreso haya aprobado su estado de alarma más que excepcional, por seis meses y con comparecencias cada ocho semanas, no vaya a ser que se canse de explicarles a los españoles los motivos por los que se les restringen derechos fundamental. Hasta ahora sabíamos de su ego, desde ayer conocemos también su talante. No tuvo ni la deferencia de esperar a la intervención de Pablo Casado, ese líder de la oposición al que un día tras otro le pide su colaboración. En el momento en el que Illa terminó su intervención no perdió ni un segundo y él y su séquito (solo se quedaron cuatro ministros en el hemiciclo) pusieron tierra de por medio, no fuera a ser el demonio que las verdades que le iban a exponer terminaran por minar su convencimiento de que él es infalible. Por no haber ni hubo diputados en el Congreso, al fin y al cabo ya habían cobrado su dieta así que, a las primeras de cambio, se vació el salón de plenos. Al fin y al cabo, si lo hacían los jefes, porqué no lo iban a hacer ellos. FOTO: el congreso, ayer, casi vacío | EFE