EL exconseller Joaquim Form, a quien sus compañeros republicanos alcuman “El panchito” por ser un cruce de catalán y ecuatoriana, encarna la muestra irrefutable de que la pena persigue la reinserción social. El responsable de Interior en el Gobierno de Puigdemont le ha comunicado al juez que está harto de Estremera, que quiere ser bueno y que dejará su escaño, el partido –el PDeCAT– y la política. El sabueso Trapero debe de echar espuma por la boca; ya se podía haber arrepentido hace una temporadita, antes de botarlle enriba todas las culpas de los sucesos del 1-O. Mientras espera por la decisión judicial se siente atribulado, tanto como otro que también trabaja en Interior, pero en su caso en el ministerio, Juan Ignacio Zoido, quien tiembla pensando que Puigdemont se le puede colar en España oculto en el maletero de un coche. Lo tiene fácil para impedirlo; habla con su amigo el jefe de la DGT, al que colocó él mismo, le ordena que le monte en todas las carreteras que vienen de Francia un follón como el de la AP-6 el día de la nevada y cachan seguro al expresident; a lo mejor con hipotermia, pero lo cachan seguro. FOTO: joaquim forn, el día que se declaró la independencia | aec