Carles Puigdemont y sus siete fantásticos (a los cinco consellers fugados ayer a Bélgica se sumaron hoy otros dos) ya tuvieron su minuto de gloria. Ahora solo falta saber si tras la pachanguera rueda de prensa en una oficina alquilada (nadie en Bruselas les quiso ceder una), tendrá la decencia de comparecer en la Audiencia Nacional el próximo jueves, tal y como ha decido la Justicia. La respuesta la sabemos todos. Puigdemont y los suyos, alegando eso del Estado nos persigue, optarán por quedarse en la capital europea, tal vez con la esperanza de que escampe el temporal. Pero el temporal no cesará. Y no lo hará porque, por mucho que le duela a los secesionistas, España es un Estado de Derecho en el que existe la división de poderes y nadie, absolutamente nadie, puede detener ya la maquinaria judicial que se ha puesto en marcha, independientemente de los deseos o las conveniencias políticas. Tal vez en su república de folletín esto no sucediera, pero en una nación en la que impera la ley, el que la hace la paga y, tarde o temprano, él y los suyos, tendrán que responder de sus actos. FOTO: Puigdemont, en su papel | aec