Lo que está ocurriendo en la política española me hizo recordar de repente las palabras de un taxista, militante de la antigua Alianza Popular. Eran los tiempos de cuando Felipe González invitaba a los intelectuales a su bodeguilla en la Moncloa y manipulaba con gran arte la movida madrileña.
En aquellos días había una gran agitación política nacional, pues se iba a celebrar el referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN; consulta que había prometido el sevillano cuando todavía vestía la chaqueta de pana y la camisa de cuadros.
Recuerdo que aquel taxista me decía que él iba votar por el “no”, porque quería contribuir a la paz para que sus hijos pudieran heredar un mundo mejor. La verdad me sorprendió.
A la luz de lo que está pasando uno piensa si aquel hombre era realmente sincero o simplemente quería jeringar a los socialistas, obedeciendo las consignas de su partido. Porque a decir verdad uno nunca creyó en aquel repentino “anti-atlantismo” de AP.
Como un observador libre de cargas políticas a la hora de analizar el acontecer nacional, puedo decir que formo parte del grupo de ciudadanos, supongo que mayoritario, que empieza a preocuparse por lo que está ocurriendo.
Defendí a Pedro Sánchez cuando intentaron defenestrarlo de su partido, porque consideré que aquello era un acto villano, inaceptable y antidemocrático. Como también defendí a Soraya Sáenz de Santamaría, porque por justicia democrática era la que tenía que estar ocupando la presidencia del PP.
Dicho esto, lo que está sucediendo en el ruedo carpetovetónico es lamentable. Ahora culpan a Sánchez de todo, atacándolo por “tierra, mar y aire”. Hasta lo acusan de alta traición por dialogar con Torra. Jamás uno pensó que dialogar con alguien mereciera tal apelativo.
Si lo de “alta traición” se usa tan a la ligera, entonces los que se llevan decenas de millones de euros a los paraísos fiscales también deberían ser acusados de lo mismo. ¿O no? Porque burlar las obligaciones con Hacienda o hacerse rico a cuenta del erario es bastante más grave que dialogar con alguien. Aunque ese alguien se llame Joaquim Torra Pla.
Mal vamos. Aunque no guste la realidad catalana a los que ahora se declaran “fervientes” constitucionalistas, es un hecho que no se puede esconder o invisibilizar. Por cierto, muchos de esos críticos la ayudaron a construir, además de los independentistas. Y tampoco se arreglará –aunque algunos digan que sí– aplicando el famoso artículo 155. Incluso es posible que se descontrole más.
Primero, porque la situación política de España no es la de hace 40 años. Ahora estamos en la UE, por tanto, existe una soberanía limitada. Eso significa que el gobierno de turno no puede hacer lo que se le antoje, incluso aunque gobernaran los de Vox.
Empezando porque este partido es de extrema derecha –no es fascista–, por tanto, un vasallo del poder económico neoliberal transnacional que no querrá enfadar a sus amos.
Y segundo. Cualquier gobierno que empiece a tomar medidas más radicales contra Cataluña quebrará la sintonía con las políticas de la UE, por tanto, generaría fuertes tensiones con Bruselas y otros países de la Unión, las cuales tendrían consecuencias serias para España. Y la más extrema sería que nos echaran a puntapiés de la UE.
Y aunque uno no es precisamente un defensor del actual modelo europeo, pero sí lo son aquellos que están hablando de tomar medidas más fuertes en el caso catalán. Así que, sabiéndolo no sabemos a qué están jugando.
Es obvio que con la actual ley en la mano se puede suspender la autonomía catalana. Incluso se puede redactar una para llevar a cabo la barrabasada de ilegalizar los partidos independentistas, como proponen algunas “ungidos” del orden constitucional. Aunque de momento parece ser que la fijación es hacerle la vida imposible a Pedro Sánchez.
La realidad es que éste está intentando apagar –a su manera– un incendio en el cual no tuvo arte ni parte, pero sí la tuvieron muchos de sus difamadores.
En todo caso, tiene todas las papeletas para fracasar, lo que significa que las cosas se irán complicando todavía más. Lamentablemente.