hoy, quince y martes, podemos –a falta de flores– hacer un repaso de la fauna que acompaña a ese mes y, con una mirada al pasado, replicar al dicho de que “todas las comparaciones son odiosas”, una de las expresiones más usadas con otras que nos dan el pulso de donde estamos, como vivimos y lo que aguantamos. El “malo será…” que viene a ser como la rendición ciudadana ante los problemas que nos acosan. Perdonen ustedes el tono, pero es que recupero de un accidente y todavía no me recuperé de lo que discurre alrededor. Pero vamos con lo anunciado en el titular del comentario…
Se cumple este mes el bicentenario del nacimiento de Karl Marx, filósofo, economista, historiador, sociólogo, periodista y comunista. Él inspira docenas de revoluciones en nombre del pueblo, de los más desfavorecidos, pero, juzgándolo a día de hoy, se destaca el fracaso de muchas de ellas y de su ideario, pues sus análisis político-sociales se vieron superados por un capitalismo que, empujado por la socialdemocracia (una rama del árbol marxista) que heredó mucha de la doctrina marxista, ocultó su cara más feroz…
Estamos también recordando, ¿celebrando?, el mayo francés que en 1968 cambió el sentido general de la vida, sus usos y costumbres; sus hipocresías e incluso sus valores. Ciertamente, como señalan los historiadores, aquellos jóvenes airados no encontraron la arena de las playas, pero modernizaron el cotidiano devenir de la vida y nos dejaron un mensaje: mayo no puede acabar nunca.
Años después el 15-M, con los perro-flautas y yayo-flautas, fue un grito que reunía a la sociedad contra un sistema que se pudría entre la corrupción y la inacción. Si estudiantes, trabajadores, intelectuales, obreros, amas de casa y jubilados obligaron a la “jerarquía” en 1968 a establecer un nuevo sistema, o a mejorar el actual, las concentraciones en plazas y calles de “nuestro” 15-M tienen mucho que ver con las respuestas ciudadanas de estos días, cuando, como entonces, en mayo florecen las protestas (un día los jueces, otro los médicos, al siguiente los profesionales de la enseñanza, o los policías y bomberos…).
Los ciudadanos piden lo suyo y exigen lo que parece increíble siglos después de la revolución industrial, de las conquistas de la técnica, del pacto entre el mundo del capital y el trabajo, que continúen la desigualdades; tener un trabajo no te aparta de la pobreza mientras el cuerno de la abundancia continúa estando en manos de los mismos. Mayo, decían los jóvenes del 68, no puede acabar nunca.