Mi derecho a decidir

Tender puentes siempre es más inteligente y ético que levantar trincheras. La Historia nos habla de legendarios personajes que supieron aunar voluntades que predecían confrontación. 
Soy partidario del derecho a decidir, creo en el derecho a discrepar e incluso a discutir sobre las discrepancias sobre el decidir. Forma parte de los matices que la razón plantea ante los diferentes senderos por los que puede transitar la verdad colectiva. Aquella verdad que, al igual que un arco iris, se adivina en el horizonte y no es más que la refracción del pensamiento al filtrarse entre las gotas de la razón. La verdad de los necios sólo contiene grises. 
Todo parece indicar que se ha instalado la oscura necedad entre nosotros. Por momentos, el ambiente se hace irrespirable, sin que surja en el horizonte nadie que ponga cordura a este dislate que nos ha tocado vivir. 
Nos encontramos, sin duda, en una encrucijada que marcará el futuro de los pueblos que conforman el Estado español. Hemos rebajado la “marca España” a mínimos históricos desde aquellos tiempos en los que los sables se desenvainaban en las salas de banderas de anacrónicos y carcomidos cuarteles. Nunca tan pocos han hecho tanto daño y en tan corto tiempo. 
Entre todos hemos creado una democracia imperfecta en sus cimientos y corrompida en su estructura, de la que somos responsables por omisión, dejadez y falta de coraje ciudadano. No supimos expulsar a los políticos corruptos e indignos y ahora se enmascaran y amparan en despachos inconfesables a modo de  trincheras, tomando a los pueblos como escudos humanos. La honradez no se viste con siglas, es mucho más, es un valor. Somos un país sometido a fuerzas centrífugas e incapaz, durante siglos, de unir a diferentes sin uniformizar.  
De la España invertebrada de Ortega, caminamos a una España desmenuzada por la negligencia y estupidez de una clase dirigente que ha cambiado el arte de la política por la intolerancia, teniendo como objetivo inconfesable el “cuanto peor, mejor” y que cuenta sus éxitos por las derrotas de los opositores. 
Solo así es posible adivinar un país con rumbo a ninguna parte, avergonzado del pasado, rehén de su presente y sin un futuro creíble que genere optimismo y esperanza. Todo parece indicar que nos encontramos ante la última oportunidad para repensar un concepto de Estado que aúne voluntades que asuma la diversidad de los pueblos de España como un factor enriquecedor. Atrás deberán quedar los tiempos de gobernar unos contra otros. 
Solo cabe una refundación, de lo contrario, deberemos desearles suerte a nuestros vecinos ya que de su fortuna dependerá la nuestra, sea cual fuese. Un último y fundamental detalle, que nadie intente arrogarse mi derecho a decidir. No está en discusión, no está en venta. 

Mi derecho a decidir

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