Habituado a dar saltos por los campos de baloncesto como practicante que fue de este deporte, Pedro Sánchez ha trasladado tal habilidad al ámbito de la política. Lo demostró en la entrevista que Ana Blanco le hizo el pasado lunes en La 1, de Televisión Española. Tanto saltó que llegó a invadir terrenos ajenos; terrenos de la extinta UCD, en su pretensión de atribuir al Partido Socialista la paternidad de la instauración del divorcio, cuando en realidad la ley correspondiente fue aprobada un año antes de la llegada del socialismo al poder en 1982.
Notables fueron también sus brincos cuando tocó hablar de corrupción. Ahí se vio un poco entre la espada en la pared. Por una parte, en sus retrospectivas históricas Sánchez suele pasar por alto sistemáticamente la etapa de Zapatero. No le debe de parecer muy edificante y vende mal ante la opinión pública. Pero no podía remontarse, como haría más tarde, a los tiempos de Felipe González, porque en este aspecto tampoco fueron ejemplares.
Autoenmarcarse, finalmente, en el socialismo de los tiempos presentes no resultaba lo más apropiado, pues muchos le hubieran puesto delante el espejo de los feudos andaluces. Por eso a Sánchez no le quedó más remedio que refugiarse en sí mismo y reiterar aquello del “yo soy un político limpio”. No era mucho decir, pues no ha gobernado nunca y sólo lleva quince meses en la secretaría general socialista.
Obsesionado como está con Rajoy, salió en tromba y no desaprovechó ocasión alguna para arremeter contra el presidente. Tuvo la habilidad de, al hilo de las preguntas, ir colgando una serie de mensajes que llevaba preparados y supo eludir las repreguntas de la entrevistadora mejor que su antecesor en el plató televisivo.
Donde, no obstante, estuvo torpe y despistado fue en materia de educación. Prometió derogar la LOMCE y siguió denunciando recortes en las aulas, aunque tanto la tasa de reposición del profesorado como la ratio alumnos/profesor serán reconsideradas a mejor de cara al curso que viene. Se remitió, por otra parte, a la conferencia sectorial –autonómica- de educación en lo referente a los currículos básicos, que son competencia de la Administración central. Se reafirmó, finalmente, en su propósito de sacar la asignatura de Religión del currículo y del horario escolar. Pero tuvo el cinismo de presentar esta exclusión casi como un favor a los miles de familias que, en uso del derecho que les asiste, optan por ella. “Que no se preocupen”, dijo entre sonrisitas; “que van a poder hacerlo sin problemas en horario extraescolar”. O sea, que si nos descuidamos un poco, hay que hasta darle las gracias por tan magna merced.