unque no sé muy bien si había tenido noticias anteriores, cuando realmente conocí la existencia del australopithecus fue estudiando en la Complutense. No es que anduviera por allí, como algún ignorante podría creer, tratándose del régimen anterior. En realidad, todo fue gracias a mi profesor de prehistoria don Martín Almagro Bach, un gran sabio, en cuyo Manual descubrí al personaje: un homínido, con poco cerebro, pero que andaba más o menos derecho. Al parecer vivió en África hace 4 millones de años, pero desapareció 2 millones después; millón arriba, millón abajo. El libro de don Martín estaba lleno de fotos de cráneos y restos que atestiguaban su existencia, como la de otros muchos especímenes de parecido género, que entusiasmaban a los evolucionistas, siempre en busca del eslabón perdido. Además del australopithecus, mi preferido, aparecía el pithecanthropus, que tenía tantos méritos, o incluso más, para haber sido el ídolo de la famosa generación del 68, a la que por edad pertenezco, aunque poco más. También se le podría relacionar con el movimiento hippie, aunque esta última es una hipótesis con base poco científica. En todo caso, como digo, el australopithecus me resultaba particularmente simpático, con sus enormes cavidades oculares, el cráneo estrecho y puntiagudo, poderosa mandíbula y supongo que piernas fuertes, de futbolista; entre otras cosas. Quien sabe, igual fueron ellos quienes inventaron el noble juego de dar patadas a la pelota, antes que los ingleses. En definitiva eso de ser bípedo y en épocas tan tempranas debió tener sus ventajas.
Es verdad que en las recreaciones artísticas que hacen los expertos, tanto el australopithecus como el pithecantkhropus meten un poco de miedo, no era gente agraciada precisamente. Nada que ver con los monos guaperas de la película del Planeta de los simios: unos y otros eran realmente feos, por lo menos para el gusto moderno. No digamos nada de sus parientes lejanos, el paranthropus robustus, cuyo cráneo no augura nada bueno. Pero las apariencias engañan, yo estoy seguro que estos homínidos tendrían su punto y debió de ser gente honrada, dentro de sus posibilidades; pero se les quedó pequeño el cerebro, de nada les sirvió al final dejar las cuatro patas y andar derechos. Hay mucho bípedo que no piensa y eso es un riesgo; si algo aprendí de la Prehistoria es que la estupidez y la fealdad se pierden en la noche de los tiempos, pero no dejan de estar presentes en los nuestros. ¡Qué pena que mi amigo de la universidad, el australopithecus, no esté aquí para verlo! Ahora que hasta podría tener representación parlamentaria y declararse independiente en alguna región de España.