Obras

Nada es producto de la casualidad. El destino sucede porque se dan las circunstancias que lo exigen. El más lerdo de nuestros conciudadanos sabe que no hay efecto sin causas. Y las premoniciones ya avisan a redoble de tambor de los acontecimientos. Incluso las nominaciones giran en la rueda de la fortuna de los precursores. ¿Recuerdan? Las Mareas nacidas para ganar lo hicieron (con la colaboración esencial de los socialistas) y se adueñan de La Coruña. Es cierto que su programa se incumple reiteradamente y las inversiones se han escamoteado. ¿Pero qué otra cosa podemos esperar de olas que avanzan sobre las playas para retirarse acto seguido como corresponde a su naturaleza? Así ni Alvedro despega, la industria se aleja e incluso la ciudad de servicios se evapora por una política híbrida e irracional.
Si aportamos los logros textiles a nivel mundial, la refinería y el tráfico de Punta Langosteira y de grandes cruceros turísticos, la urbe ha sufrido un infarto cerebral que la tiene postrada. Un ictus de demoledoras consecuencias porque es un rosario de obras que no se terminan nunca. Abrir zanjas, sustituir tuberías y cables. Insistir en peatonalizar zonas. Todo a cien. Un manto de Penélope donde Xulio Ferreiro inventa charcos cada día para distraer al convecino. La política de obras semeja diseñada como partida de ajedrez donde no es lícito perder ninguna jornada, llámese estación intermodal, carril bici, estadio de Riazor, acceso de autobuses interurbanos, socavones, agujeros en el pavimento, enlosado roto, robos de tapas de alcantarillado, teléfonos, gas y otros servicios públicos. Todo se andará. Hay que insistir en un calendario operativo de inversiones. Al fin y al cabo, las pirámides de Egipto no se hicieron en una hora. Mientras, como última ratio, opongamos El Escorial al Proxecto Cárcere, donde cuatro amiguetes de tasca elaboraron y diseñaron al plan regenerador que ejecutarán y adjudicarán ellos mismos.

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