VIOLENCIA CORÁNICA

A  nadie se le oculta que, a diferencia de lo que ocurre con otras religiones, los orígenes y expansión del Islam en el siglo VII tuvieron un marcado carácter militar, de hecho la llamada guerra santa fue el pilar fundamental de su avance: partiendo desde Arabia los ejércitos islámicos llegaron hasta más allá de los montes del Jurasán por Oriente y de los Pirineos por Occidente en menos de 100 años, sometiendo y arabizando a todos los pueblos que encontraban a su paso. Beda el Venerable, monje sajón del siglo VIII, se refiere en sus escritos a “una terrible plaga de sarracenos” que en sus tiempos asolaron la Galia. Sin duda, por entonces, como le ocurría al bueno de Beda, los habitantes de los territorios más extremos de Occidente desconocían lo que se les venía encima. Hoy, a pesar de haber transcurrido más de un milenio, parece que seguimos sin aclararnos con respecto a lo que supone la capacidad de agresión bélica del movimiento islámico.
Es verdad que, tras un primer periodo de expansionismo armado, el Islam atemperó su agresividad y optó por la creación de un ámbito de civilización religiosa; fue durante la época del Califato Abasí. Sin embargo, esto no significó la renuncia a la expansión y a la violencia originaria, aconsejada por el Corán: “matad a vuestros enemigos donde quiera que los encontréis; arrojadlos a los lugares de donde ellos os arrojaron antes. El peligro de cambiar de religión es peor que el crimen”. Gracias a estos planteamientos, solo la Península Ibérica y Sicilia lograron sacudirse el dominio islámico, los demás territorios conquistados siguen siendo islámicos, con pocas posibilidades de cambio.
Aunque no se puede considerar al Islam tan solo desde una perspectiva de violencia, tampoco se puede ignorar que la yihad, o el esfuerzo que el buen musulmán ha de realizar para defender y difundir su religión, no la descarta: “combatid a vuestros enemigos –mantiene también el Corán- hasta que nada tengáis que temer de la tentación, hasta que el culto divino haya sido restablecido, que toda enemistad cese contra los que han abandonado los ídolos. Vuestro odio solo debe encenderse contra los perversos”.
Ciertamente enemistad y odio son conceptos muy peligrosos, sobre todo si se toman en sentido literal y se mete dentro del saco de la idolatría y la perversión a todo aquel que no piense como nosotros. No es así como lo ven muchos musulmanes, que hoy día no son partidarios de la violencia, pero para quienes reivindicaciones como la del derecho a blasfemar, por parte de los occidentales, pueden ser difícilmente asimilables, al considerarlas como una forma de incitación al odio, que ellos también rechazan.

VIOLENCIA CORÁNICA

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