Templo teatral del Rosalía repleto de fieles. Dos funciones. Ciclo principal para debatir sobre Nicolás Maquiavelo y su famosa obra “El príncipe”. Propuesta de Concha Busto Producciones, interpretada por sobrio y convincente Fernando Cayo, ayudado de máscara. Dramaturgia y dirección de Juan Carlos Rubio. Un marco escénico impecable. Telón alzado. Despacho con librerías, mesas, lámparas de pie, tocadiscos, bar y persiana al foro. Música, efectos especiales, sonido y proyecciones con figuras históricas y acontecimientos políticos mundiales. Mientras tanto la píldora social como dominio del hombre sobre el hombre. La conquista del poder. ¿Manual para sojuzgar al pueblo? ¿Aviso a los ciudadanos de la forma que nos manejan quienes fingen representarnos?
Espectáculo medido. Equilibrado. Con presencia física de esas persianas al fondo que actuarán como pantalla de cine, armario, puerta a la calle, leñera con tacos sueltos de madera y fachada enladrillada del edificio. El protagonista, pese a los cinco siglos del texto, viste ropa actual y se vale de electrodomésticos. Gesticula, actua, se mueve, baila, cambia de traje, prepara un café, fuma y muestra agilidad felina al saltar encima la mesa del despacho cual acróbata consumado. Sin embargo el secreto de su éxito interpretativo radica en su dicción clara, eufórica y transparente…
Se inspira en la prudencia del rey Fernando de Aragón, evoca las “Memorias” de Philippe de Commynes- sequedad de acotador histórico político- y el “moralismo” de nuestro Baltasar Gracián al combatirlo.
No obstante al secretario florentino debemos la fundamentación de la ciencia política sobre hechos firmes. “Era en el platicar de las cosas elocuente y agudo y en el resolverlas sabio”. Carlos Rubio añade además “El arte de la guerra”, “Discursos sobre la primera década de Tito Livio”, “La madrágora –diablo que toma mujer– y correspondencia de Maquiavelo. ¿El fin justifica los medios? ¿Es preferible ser temido que amado?