Cuando nació, aun vivía Alfonso XIII. Creció en la República, a la que sucedió el franquismo; en el que se hizo hombre, se formó, y le prestó amplios servicios. Podría decirse que vivió a, ante, bajo, cabe, con (contra no), de, desde, hacia, hasta, para, por, según, sin, so, sobre, tras, el franquismo. En la transición a la democracia fue ponente en la fundación de la paupérrima Constitución Española del 78 (a la que yo llamo “la Coja” porque tiene la pierna derecha más larga que la izquierda y, claro, cojea), y por tanto, la reinstauración de la monarquía.
Pocos podrían presumir de haber vivido en tanto follón político; y menos, de haberlo sabido vivir. Quizá un coetáneo suyo –Santiago Carrillo– (con el que parecía mantener un mano a mano para ver quien pasaba antes a la posteridad), pudiera presumir de haber vivido aquellos tiempos. Ganó Don Manuel, y no me alegro. Si hubiera ganado el otro, tampoco.
Don Manuel fue un tío de pelo en pecho, al que no dieron miedo las bombas; ni las de ETA, ni las de Palomares; y dio pruebas claras a pecho descubierto. Trabajador incansable, nunca se cansó trabajando; ni para él, ni para el país; y rindió su esfuerzo hasta casi sus últimos días.
Siento que haya tenido mala agonía; la insuficiencia respiratoria es muy cabrona; pero a cambio, y como buen cristiano que era, apostaría que ya estará en el reino de los justos. Naturalmente, a la derecha de Dios Padre. La izquierda queda para otros.