Todas las grandes cuestiones bioéticas hoy sobre la mesa han recibido en el lenguaje político y mediático un sobrenombre, eufemismo o circunloquio blanqueador como si de alguna forma se pretendiera camuflar su verdadero y real alcance. Por sólo poner unos ejemplos: al aborto se le disfraza de interrupción voluntaria del embarazo; a la eutanasia, de muerte digna y a los vientres o úteros de alquiler, de gestación o maternidad subrogada. Suena menos fuerte y parece como si a sus promotores y defensores les hubiera asaltado una cierta sensación de culpa.
Pero el proceso legitimador de todo ello sigue su curso. Aquí, entre nosotros, el debate político y social sobre la maternidad subrogada ha cobrado especial actualidad. Con el propio Albert Rivera en persona, Ciudadanos ha registrado en el Congreso una proposición de ley cuyo objetivo es legalizarla como práctica altruista. Y en el Parlamento de Galicia, el BNG ha intentado justamente lo contrario: ha instado a la Xunta a impedir su “legalización, regulación y banalización” por entender que constituye una forma de explotación y mercantilización del cuerpo de la mujer.
La iniciativa de los nacionalistas gallegos no salió adelante porque el PP echó mano de su mayoría absoluta en el Pazo do Hórreo para oponerse a ello. Como ya hizo hace algunos meses en el congreso nacional del partido, ha optado por echar balones fuera y remitir la cuestión a la Eurocámara por aquello de la conveniente armonización regulatoria a nivel comunitario. No le faltó razón a Ana Pontón, defensora de la propuesta, al señalar que la Cámara autonómica podía posicionarse al respecto con la misma legitimidad que el Parlamento Europeo.
El propio Feijoo lo reafirmaría en rueda de prensa posterior al Consello da Xunta bajo el pobre y peregrino argumento de que “en Bruselas no hay fronteras, ni pasaportes, sino libertad plena de ideas y personas” . No se sabe muy bien a qué vino tal excurso dialéctico. Pero lo que el presidente de la Xunta y del PPG quiso es que no prosperara una iniciativa condenatoria de los vientres de alquiler. Y el Grupo Parlamentario pasó por el aro. Por otra parte, parece un contrasentido que, después de haber calificado la controversia como “merecedora de debate”, se renuncie al mismo cuando llega una oportunidad como la brindada por el BNG.
En las grandes cuestiones de este tipo Feijoo tiende a ponerse de perfil (aquí más que en Madrid), aunque siempre dejar entrever su posición personal. Y ahora ha dado la impresión de no estar por la prohibición, en contra de la postura que están manteniendo no pocos países de nuestro entorno y muchos Comités de Bioética. Pero, en fin, ya se sabe: en estos temas sus puntos de vista, como los de buena parte de la cúpula actual del PP, suelen ser intercambiables sin problemas con los clásicos de la izquierda.